[2] Los militares que se sublevaron en julio de 1936 no habían concretado ningún proyecto político, excepto acabar con la situación existente.
[3] Los había monárquicos alfonsinos (como los generales Alfredo Kindelán, Luis Orgaz y Andrés Saliquet) pero también carlistas (como el general José Enrique Varela) e incluso republicanos (como Gonzalo Queipo de Llano y Miguel Cabanellas) —sin embargo, no había ningún general que simpatizara con el fascismo o con Falange—[4] Precisamente esta diversidad es lo que explicaría la indefinición política de la sublevación que no fuera más allá de derribar el gobierno del Frente Popular y acabar con la supuesta amenaza de una revolución proletaria, mediante el establecimiento de una dictadura militar[5] presidida por el general Sanjurjo, exiliado en Portugal.
[9] Asimismo el general Franco cuando nada más aterrizar en Tánger el 19 de julio para encabezar el Ejército de África decidió enviar a Roma a Luis Bolín para solicitar la ayuda militar de la Italia fascista, le ordenó que pasara antes por Lisboa para informar a Sanjurjo y obtener su autorización, cosa que hizo.
[3] La Junta «sólo pretendía asegurar las mínimas funciones administrativas hasta que la esperada ocupación de Madrid permitiese hacerse con los órganos centrales estatales residentes en la capital».
[17] En el primer decreto que promulgó la Junta declaró que asumía «todos los poderes del Estado»[18] y en los siguientes —llegó a promulgar 142—[19] extendió a toda España el estado de guerra —lo que sirvió de base para someter a consejos de guerra sumarísimos a todos los que se opusieran a la rebelión militar—[20], ilegalizó los partidos y sindicatos del Frente Popular y prohibió todas las actuaciones políticas y sindicales obreras y patronales de las organizaciones que habían apoyado el golpe «mientras duren las actuales circunstancias».
[22] Sin embargo, las dos potencias que apoyaron a los sublevados, la Italia fascista y la Alemania nazi, no trataron con la Junta de Defensa sino directamente con el general Franco, ya que fueron sus enviados a Roma y a Berlín, y no los de Mola, los que consiguieron su intervención en el conflicto.
Cuando uno de los ayudantes de Mola le preguntó si eso significaba que había reconocido a Franco como el jefe del movimiento militar aquel le contestó: «Es una cuestión que se resolverá en un momento oportuno.
[45] Intervinieron a continuación Queipo de Llano, Millán Astray y el escritor monárquico José María Pemán.
Con este gesto Franco se presentó «ante conservadores y monárquicos como el único elemento seguro entre los principales generales rebeldes».
Allí constituyó su primer aparato político destinado a negociar con alemanes y con italianos.
[54] Nicolás Franco ya formaba parte del grupo de militares que estaban impulsando la candidatura de Franco para que «se convirtiera primero en comandante en jefe y luego en jefe del Estado», lo que según uno de sus miembros más activos, el general Kindelán, se hizo con el conocimiento y la aprobación del propio general Franco.
Ese día las columnas africanas al mando del coronel Juan Yagüe tomaban Maqueda, donde la carretera se bifurca hacia el norte para ir a Madrid y hacia el este para ir a Toledo, cuyo Alcázar llevaba dos meses sitiado por las tropas y milicias republicanas, por lo que se había convertido en el símbolo del heroísmo del bando sublevado.
El acontecimiento fue relatado al día siguiente por todos los periódicos de la zona sublevada.
En los días anteriores habían insistido sobre Franco, junto con el coronel Yagüe, para que asumiera también la jefatura del Estado, en un momento en que el decreto de su nombramiento como Generalísimo seguía sin publicarse.
Durante la mañana los generales presentes, especialmente Mola[80] y Queipo de Llano, e incluso Orgaz, se mostraron renuentes a abordar el tema de los poderes políticos que se iban a otorgar al Generalísimo.
[81] Los generales reaccionaron con frialdad ante la propuesta y Cabanellas pidió tiempo para estudiar el decreto.
A mediodía decidieron parar para comer y tras el almuerzo los partidarios de Franco lograron convencer al resto «con una mezcla de halagos y veladas amenazas, cuyos pormenores no han quedado claros»,[82] influidos también por la victoria alcanzada en Toledo.
[86] Organizada con perfecta normalidad la vida civil en las provincias rescatadas, y establecido el enlace entre los varios frentes de los Ejércitos que luchan por la salvación de la Patria, a la vez que por la causa de la civilización, impónese ya un régimen orgánico y eficiente, que responda adecuadamente a la nueva realidad española y prepare, con la máxima autoridad, su porvenir.
Sr. General de División D. Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado.
Artículo quinto.— Quedan derogadas y sin vigor cuantas disposiciones se opongan a este Decreto.
[86][87] Mola comentó más adelante en privado que lo acordado habría de ser «políticamente revisado cuando termine la guerra».
[21][90] Se ha afirmado que fue el propio Franco el que suprimió la acotación «mientras dure la guerra» —este inciso a Franco «le molestó profundamente»—[91] y añadió «quien asumirá todos los poderes del Estado» o su hermano Nicolás Franco,[86][92] lo que según algunos historiadores —como Brian Crozier, Stanley G. Payne, Shlomo Ben Ami o Sergio Vilar— constituyó un verdadero golpe de Estado.
[89][93] Julio Aróstegui, afirma que fue obra de «una localizada y bien dirigida conspiración profranquista».
[21] Asimismo la respuesta que envió el 2 de octubre al cardenal primado Isidro Gomá y Tomás por su telegrama de felicitación comenzaba diciendo: «Al asumir la Jefatura del Estado Español con todas sus responsabilidades…».
La intención clara era la de rectificar toda la legislación republicana volviendo las cosas a su punto anterior».
[21] Las cuestiones militares quedaron fuera de sus competencias, que correspondían íntegramente al Generalísimo.
[21] El día anterior a la investidura de Franco, el obispo de Salamanca Enrique Pla y Deniel hizo pública una pastoral titulada Las dos ciudades en la que presentaba la guerra civil como «una cruzada por la religión, la patria y la civilización» —fue la primera vez que se utilizó la palabra «cruzada» para referirse a la guerra civil—[86], dando una nueva legitimidad a la causa de los sublevados: la religiosa.
[110] El obispo Pla y Deniel le cedió a Franco su palacio episcopal en Salamanca para que lo utilizara como su Cuartel General.
[117] «En ese camino Franco contó con el apoyo y bendición de la Iglesia católica.
Obispos, sacerdotes y religiosos comenzaron a tratar a Franco como un enviado de Dios para poner orden en la ciudad terrenal y Franco acabó creyendo que, efectivamente, tenía una relación especial con la divina providencia».