Martín Santiago

Sus padres fueron Martina Sio y José Santiago, ambos gallegos, quienes vinieron a la Argentina con su hijo Severino.

La niñez de Martín no fue fácil, porque como toda su vida, se hizo en soledad.

Es el momento de un acontecimiento crucial que marcaría un nuevo y definitivo derrotero en su vida.

No obstante ello, lograron algunas entrevistas y eso les sirvió, en especial a Martín, quien decide desplegar una estrategia: se ofrece como albañil y pintor de obra, sin dar a conocer su verdadera intención, aunque en principio no logra nada.

Allí plasma a Don Carlos como el arquetipo del serrano de Ischilín.

Como un Da Vinci, incursionó en múltiples facetas, su creación abarcaba lo inimaginable: pintura, cerámica, escultura, frescos, lacas y murales.

Paisajista notable, Santiago supo sintetizar los motivos que captaba su visión y con rica paleta los vertía en sus óleos.

Figuras humanas, flores, árboles, montañas y demás elementos del norte cordobés, cobran reflejos vivientes en óleos que adquieren valor de arte por su gran fuerza expresiva.

La película fue realizada en Deán Funes, lugar que Martín Santiago eligió para vivir siguiendo los pasos de su admirado Fernando Fader.

Santiago dejó su aprendizaje en manos de Mario Sanzano, quien desde muy pequeño aprendió a pintar.

Durante su estadía en Deán Funes, se desempeñó como bibliotecario de la Biblioteca Mariano Moreno, y fue docente en el Colegio Nacional Juan Bautista Alberdi.

Durante diez años tuvo a su cargo como director, el Salón Anual de Pintura.

1959 – Premio Ezequiel Leguiza al Paisaje Argentino, en el Salón Nacional de Artes Plásticas.

Interior y cúpula de la iglesia de Tulumba , Córdoba, pintadas por Martín Santiago.