[2] Según sus propias declaraciones, su medio de vida en la capital era ejercer como saltatumbas.[n.Merino, tras haber asistido a misa en la iglesia de San Justo aquella misma mañana, consiguió entrar en el edificio sin ser detenido por la Guardia Real, amparado en sus ropas talares.[2][4] Inmediatamente tras el atentado Merino fue detenido por los alabarderos de la Guardia Real sin oponer resistencia; tras un primer interrogatorio en el que confesó haber actuado en solitario y tener intenciones de asesinar a Ramón María Narváez o a la ex regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, esa misma noche fue conducido a la cárcel del Saladero.[2] Ese mismo día el tribunal sentenció a Merino a morir en garrote y al pago de las costas del juicio; el reo debería ser conducido al patíbulo con una hopa y birrete amarillos con manchas encarnadas,[2] vestimenta reservada a los regicidas y parricidas, según lo establecido en el código penal vigente.Con el objeto de evitar robos, especulaciones o exaltaciones posteriores de su persona, las autoridades dispusieron que su cuerpo fuera quemado[10] y sus cenizas esparcidas en la fosa común, lo cual se llevó a cabo esa misma tarde en el cementerio general del norte.[n.[11] Con el país inmerso en una situación política y social convulsa, el atentado fue presentado por algunas facciones partidistas como una conspiración contra la monarquía por parte del clero, dada la condición eclesiástica del regicida[12] o como un intento de culpar a la francmasonería, atribuyendo a Merino la pertenencia a alguna logia,[13] pero aunque el gobierno hizo especial hincapié en averiguar si el atentado era efectivamente parte de una conspiración, todas las averiguaciones señalaron que el criminal había actuado en solitario.