Apuesta por una abstracción cargada con tintes expresivos y concede gran importancia a la identidad abrupta de lo matérico.
Las posibilidades de ofrecer un tacto real, significan la apropiación poética del espacio físico.
Pero su lenguaje acapara también los principios básicos del movimiento y la luz dependiendo de cómo se sitúe el espectador frente a la obra.
Esto supone que quien contempla la obra deja de ser simplemente un observador, y se transforma en sujeto activo.
Aquí radica un rasgo fundamental en la obra que produce Rivera a partir de este momento.
Podemos encontrar homenajes a artistas: Picasso, Juan Gris, Fray Angélico, Piero Della Francesca, Goya, Velázquez, Millares...
También hace alusiones a Johann Sebastian Bach, Vicente Escudero, Ingmar Bergman, Unamuno, Kafka, André Bretón, Federico García Lorca, Borges...
Y por último cabe señalar las claves específicamente relacionadas con lo español: infanta Margarita, Conde Duque, esperpento, martinete, tauromaquia, capricho, espantajo, máscara...
Seguía pintando formas suspendidas, vacías (o llenas de espacio, según se mire).
Pronto empieza a dejar espacios entre las telas metálicas, consiguiendo así ciertas vibraciones e irisaciones que fueron el principio de toda su producción posterior.
Este hallazgo le permitirá trabajar más cerca de la luz y el espacio.
En São Paulo tienen una clamorosa aceptación, así que en 1958 es nuevamente seleccionado para la Bienal de Venecia.
Su obra cobra un aspecto diferente en ausencia del tablero, el espacio se hace más corpóreo.
Así su obra iba adquiriendo un carácter más constructivo, al superponer las mallas metálicas que iban creando volúmenes diversos en el espacio.
El juego de espacios se alejó del plano y los límites cobraron un nuevo sentido.