Los ríos profundos

Algunos textos de estudio etnográfico fueron adheridos al relato, como la explicación etimológica del zumbayllu o trompo mágico.

La hacienda.- Ernesto visita la hacienda colindante de Abancay, Patibamba, cuyos colonos o peones indios eran muy reservados.

Un domingo Ernesto y los otros alumnos van a la plaza del pueblo donde dan retreta o exhibición de la banda militar.

Ernesto conoce a Gerardo, el hijo del comandante destacado en Abancay, quien se hace amigo de Ántero.

Asimismo, visita el barrio de Huanupata, donde se deleita escuchando a los músicos y cantores.

Gerardo ingresa al colegio religioso y se le ve siempre junto a Ántero.

En ese mismo pueblo, había una cruz grande en la cima de un cerro, que durante una festividad religiosa era bajada por los indios en hombros.

En la noche, los alumnos mayores van al patio interior; allí el Peluca tumba a Marcelina y yace con ella.

Ernesto la acompaña durante todo el camino hacia dicha hacienda, coreando los huaynos que cantaban las mujeres.

Reparten la sal a los indios, y agotado por el viaje, Ernesto se queda dormido.

Ella por su parte le dice que es cusqueña y que se hallaba de visita en la hacienda de su patrona; le cuenta además cómo los soldados habían irrumpido y arrebatado a latigazos la sal a los indios.

El Padre le replica diciéndole que aunque fuese para los pobres se trataba de un robo.

Al día siguiente se esparce la noticia de que el ejército entraría en Abancay para imponer orden.

Palacitos se alegra pues cree que con la reconciliación ya no ocurrirán más desgracias en el pueblo.

Ernesto le pide al Romerito que por medio del canto de su rondín envíe un mensaje a su padre.

Al acercarse los soldados, estos reciben disparos de lejos y no se atreven a seguirlas, pues las chicheras ya iban con ventaja.

Detrás del padre iba sigilosamente Marcelina, quien al pasar cerca de la cruz coge el rebozo y se lo pone.

Al local ingresa luego un cantor, que había llegado a la ciudad acompañando a un kimichu (indio recaudador de limosnas para la Virgen); Ernesto recuerda haberlo visto, años atrás, en el pueblo de Aucará, durante una fiesta religiosa.

Un guardia civil que pasaba cerca escucha e ingresa al local, haciendo callar a todos.

No queriendo turbar su breve rato de alegría, Ernesto la deja y retorna al colegio.

Poco después, los militares se retiran de la ciudad y la Guardia Civil ocupa el cuartel.

El Padre Augusto ingresa de pronto y ordena severamente a Ernesto que se retire.

A Ernesto lo encierran en una habitación, temiendo que se hubiera contaminado con los piojos y le lavan la cabeza con creso.

Conmovido por tal escena, Ernesto se retira corriendo, y termina tropezándose con una tropa de guardias encabezada por un sargento.

Ernesto se queda a dormir en el colegio; escucha las campanadas y nota que la misa es corta.

Al día siguiente se levanta temprano y abandona la ciudad, esta vez ya definitivamente.

[37]​ Vargas Llosa resalta también el manejo que da Arguedas al idioma castellano hasta alcanzar en esta novela un estilo de gran eficacia artística.

[38]​ Arguedas, escritor bilingüe, acierta en la «quechuización» del español: traduce al castellano lo que algunos personajes dicen en quechua, incluyendo a veces en cursiva dichos parlamentos en su lengua original.

Ernesto cree que su voz puede llegar hasta los oídos de su padre ausente mediante el canto del zumbayllu.

El zumbayllu purificaría la tierra en donde brotarían luego flores, que Ernesto piensa colocarlas en la tumba de Marcelina.

La plaza de Abancay, uno de los escenarios de la novela
Catedral del Cusco.
Señor de los Temblores, Patrón Jurado del Cusco.