La extensión necesaria para considerar una explotación latifundista depende del contexto: en Europa un latifundio puede tener algunos cientos de hectáreas.
Las grandes propiedades agrícolas y el cultivo a gran escala alcanzaron notable desarrollo durante la República romana.
Los publicani y otros inversores en tierras (mercaderes, negociantes...), se convertían en grandes propietarios.
Surgen así, poblados fortificados o ciudades acrópolis en torno a castillos, para facilitar la defensa.
En el primer caso, la población, aunque básicamente tuviera un medio de vida basado en la agricultura y/o ganadería, estaba completamente rodeada por una muralla, que generalmente estaba abierta por puertas a los cuatro puntos cardinales (por ejemplo, Madrigal de las Altas Torres).
El sistema feudal continuó durante varios siglos, aunque tomando diversas formas durante la aparición de los Estados nacionales y, sobre todo con la formación de los imperios coloniales europeos, que se expandieron sobre extensos territorios del continente americano.
En la segunda mitad del siglo XIX, comienzan a liberarse los esclavos en muchos países de todo el mundo y la mano de obra formada por los esclavos vino a ser sustituida por peones, siendo el peonaje un sistema similar a la servidumbre feudal de la Edad Media cambiando la protección militar por un pago en dinero o en especie.
En otras palabras, por la superioridad técnica de la gran producción,[2] el latifundio debería permitir la producción a gran escala y a bajos precios, de materias primas para la alimentación y la agroindustria.
[12] En 2013, en Ucrania, una investigación estableció que frecuentemente las grandes fincas no son las más rentables.