[1] Era el mayor de seis hermanos, entre quienes se contaba Ana Monterroso, esposa del general Juan Antonio Lavalleja.
La misma cualidad tenía sin duda su persona, según los recuerdos de todos los que en aquellos años le conocieron íntimamente y le trataron; un hombre facundo, muy criollo, interminablemente verborrágico, a quien placía, al caer la tarde, sentarse en el alojamiento de algún amigo para tomar mate y “patriar”, nombre que se deba a los larguísimos monólogos que encantaban a la concurrencia.
Se le atribuye la redacción del famoso oficio de Artigas al Cabildo Gobernador de Montevideo, por el que se atacaba al lenguaje más violento “el influjo de los curas y cuánto por este medio adelantó Buenos Aires para entronizar el despotismo” y se ordenaba la expulsión de varios sacerdotes considerándolos porteñistas, al tiempo que se pedía su sustitución por “sacerdotes patricios si los hay, y si no los hay, esperemos que vengan, y si no vienen, acaso con ello seremos doblemente felices”.
Una crisis política en Santiago del Estero le permitió huir, y pasó al territorio de Chile, donde se dedicó a la minería; se dijo que llegó a ser bastante rico.
En 1834 había logrado reunir dinero y se embarcó en Valparaíso rumbo a Montevideo, con documentación falsa.
Monterroso se presentó ante la curia romana, intentando reparar su condición de sacerdote apóstata y logró que lo reconociera como cura seglar estando en Marsella, Francia.
Siempre pretendiendo regresar a su patria, se embarcó en Gibraltar y recaló en Río de Janeiro, desde donde escribió a su primo Miguel Barreiro, pidiéndole que usara su influencia para permitirle volver sin consecuencias.