Sin embargo, Arellano evitó mencionar que iba en calidad de Oficial Delegado, es decir con plenos poderes.
Nadie sabía que los cadáveres superaban la capacidad de la morgue y habían sido apilados en un patio del hospital, donde yacían a pleno sol.
Todos en la guarnición castrense se mostraron sorprendidos ante la reacción de Lagos, pues suponían que él había autorizado la ejecución masiva.
El general debió sobreponerse al desconcierto y articular —mediante bandos— una mentira piadosa para salvaguardar el ascendiente del Ejército y del Gobierno sobre la población civil, aunque responsabilizó a la Junta Militar.
Tiempo después Lagos envió al comandante en jefe una nómina de víctimas, dejando en claro que la responsabilidad por los crímenes correspondía a Arellano.
[7] Tras su salida de las filas castrenses, Lagos prácticamente desapareció de escena —siendo apartado de ceremonias oficiales y del círculo militar tanto activo como en retiro, pero conservó por 27 años el oficio secreto en que notificaba a Pinochet sobre los crímenes planificados por Arellano,[6] y que el comandante en jefe había ordenado rectificar.
Creí que a esta altura de su vida Pinochet hablaría con la verdad, pero no fue así», confesó Lagos en entrevista exclusiva para la prensa española.
[2][3] Los hechos históricos dejaron a Lagos en ingrata posición: fue considerado traidor por ciertos círculos del Ejército y visto con desconfianza por los familiares de ejecutados políticos.