La cuestión romana se situaba en el primer plano de las preocupación del papa, y a León XIII le correspondía continuar o suavizar la postura mantenida en esta cuestión por parte de Pío IX.
León XIII inicia la encíclica refiriéndose a su elección como sumo pontífice.
El papa se refiere a esta situación porque ella muestra especialmente Un objetivo que está presente en la ilegítima ocupación de la potestad civil del romano pontífice, que ha garantizado durante siglos ejercer libremente su ministerio.
Siendo falsos estos principios, no pueden perfeccionar la naturaleza humana, pues el pecado hace a los hombres desgraciados[3].
Con estas convicciones en la mente, el papa se refiere al júbilo que supone recodar la Pascua de la Resurección, y por tanto la redención del género humano, e imparte a los obispos y sus fieles la bendición apostólica.