Inmigración chilena en California

La Inmigración chilena en California y otros sudamericanos desde hace mucho tiempo han estado presentes en el estado de California desde la década de 1850 con la fiebre del oro.

Algunos se quedaron en San Francisco, Sacramento y Stockton, donde con frecuencia trabajaron como albañiles, panaderos, o marinos.

A mediados del siglo XVIII, los jesuitas intentaron, sin éxito, transformar pacificamente a los indígenas de la región en cristianos civilizados, y en los años corridos desde la Independencia, los distintos gobiernos mexicanos solo había tenido tiempo de destruir la civilización que España les lego.

Llegó hasta Vancouver, en la costa del Pacífico, y como no pudiera proseguir por tierra, se embarcó para las islas Hawái.

Rehusó el cargo de ministro de Guerra, que le ofreció el rey Kamehameha III, y fue a dar a Alaska, conduciendo algunas mercaderías.

Se estableció en el fértil valle que se extiende entre la actual ciudad de Sacramento y el río Americano (Alta California), a la fecha sujeto a la soberanía casi nominal de México.

En menos de diez años, su genio emprendedor y sus dotes naturales de mando crearon en la región la vida civilizada, que los jesuitas no habían logrado imponer mediante la predica del evangelio.

Sutter, calculando lo que iba a ocurrir, según dijo más tarde, procuro ocultar el descubrimiento.

Nadie pensaba en cultivar los campos, ni en el alimento del día de mañana.

Se organizaron numerosas compañías comerciales y centenares de caravanas explotadores.

La barca conducía 20 hombres, 3 mujeres, 4 vacas, 8 cerdos, 3 perros, 17 marineros, 1 capitán y 1 piloto.

Los americanos que venían por mar desde la costa del Atlántico, necesitaban recorrer 19.300 millas.

Aquí estaban en el país de la libertad, y nadie necesitaba pasaporte.

Comerciantes, hoteleros y todo el mundo cargaba las mismas armas.

Para llegar hasta los yacimientos de oro era necesario remontar el río Sacramento.

La mercadería que hoy valía una fortuna, al día siguiente no tenía precio alguno; y como no había tiempo que perder, ni nadie almacenaba nada, muchos comerciantes pagaban porque se descargase el buque, echando al mar las mercaderías.

Dentro del propio San Francisco, los recién llevados solo podían andar seguros en grupos o de a dos por lo menos.

Los bandidos se organizaron en una banda, denominada de los galgos, que, como veremos, pronto transformó sus actividades en verdaderas guerras civiles, o, mejor dicho, progroms, especialmente con la colonia chilena, que era la más valiente.Este hecho movió a los yanquis a apresurar la constitución de autoridades.

Suministraron un crecido contingente al bandolerismo, pero, también, a poco andar, fueron sus víctimas.

Se declaró una verdadera vendetta entre los galgos - asociación de semibandidos, cuyo lema era Salirse siempre con la suya - y los chilenos.

José Manuel Ramírez y Rosales fundó el pueblo de Marysville.

Otros chilenos tomaron los oficios de cuidadores, cocineros, sepultureros, etcétera.

Buenaventura Sánchez fundó Washington City, a 10 horas de San Francisco.

Más adelante, se concedieron a los extranjeros licencias para explotar las minas, mediante el pago de $20 mensuales.

Los chilenos, a su turno, mataban al yanqui que sorprendían aislado.

Una parte de ellos se agrupó en torno a Joaquín Murieta, cuyas hazañas han quedado legendarias.

En agosto de este año, cayó en una celada que le tendió el capitán Harry Love.

El gobierno creyó más viable y prudente entenderse con el almirante inglés Harnby, quien accedió gustoso, para que repatriara, por cuenta del Estado, a los chilenos que quisieran regresar.

De los restantes, los más murieron asesinados o víctimas de las fiebres palúdicas, otros se radicaron para siempre en California, y los restantes se esparcieron por el mundo, y, salvo raras excepciones, cerraron sus ojos lejos del suelo natal.

Algunos de los extranjeros radicados en Valparaíso, como el carpintero Tomas Lick, y chilenos, como Juan Evangelista Reyes, hicieron en California grandes fortunas; pero casi todos los que tuvieron éxito se incorporaron definitivamente a la sociedad norteamericana.

Augusto Sutter.
Tres pepitas de oro encontradas en Tuolumne County, California . La más grande de ellas posee unas dimensiones de 2,7×0,6×0,5 centímetros.
Un cartel durante la fiebre del oro en California.
La ciudad de San Francisco y su puerto en una fotografía de 1851.
Mapa de la cuenca del río americano. Incluye las horquillas del Norte, Oriente y Sur del río, así como el río Rubicón, un afluente del Tenedor Medio.
Daguerrotipo de Valparaíso de 1852 aproximadamente.
Vicente Pérez Rosales.
Campos de extracción en la Sierra Nevada, en California, y en el norte del estado.
En el molino de cuarzo en Grass Valley, se trituraba la piedra de cuarzo antes del lavado del oro.
Mineros explotando un yacimiento aurífero con chorro de agua en Dutch Flat , California (c. 1857—1870).
Un hombre inclinándose sobre la esclusa de un canal de madera sujetado por rocas.
Los mineros excavan el lecho de un río, tras haber desviado la corriente hacia un canal preparado para ello.
Portsmouth Square, San Francisco, durante la fiebre del oro de 1851.
Retrato de Ramirez Rosales, del pintor Raymond Monvoisin .
Lavado de oro en el río Mokelumne
Bahía de San Francisco, en abril de 1850.