Hermanos Hernández

Supieron trasladar la delicadeza del trabajo joyero a la monumentalidad de la escultura, trasladando tanto las técnicas utilizadas en la orfebrería: relieve, esmalte o glíptica; al igual que los materiales: plata y oro.

Allí adquieren una amplia formación en las técnicas de pintura y escultura.

Instalados definitivamente en Galicia, los Hernández se involucraron rápidamente en la vida artística de Vigo y rápidamente se identificaron con el ambiente de renovación de las artes plásticas gallegas que se vivía en la ciudad y que conocieron gracias a la especial amistad que mantuvieron con artistas como el escultor Francisco Asorey, el pintor Carlos Sobrino o el arquitecto Antonio Palacios, con quienes tuvieron la oportunidad de colaborar en el Templo Votivo del Mar en Panjón.

Ese contacto con los artistas locales y sus propias experiencias en la sociedad gallega de la época, todavía muy influenciada por una tradición rural secular, hizo que rápidamente incluyeran temas populares y regionales en sus obras.

Sus esmaltes reproducirán rincones de ciudades y pueblos antiguos, escenas costumbristas o tipos iconográficos que, desde una vertiente más intelectual, dan vida a un regionalismo simbolista.

Finalizada la guerra, ambos hermanos continuaron su actividad, volviendo a presentarse en importantes exposiciones y concursos.

Con el tiempo, el lenguaje ambicioso y personal reflejado en sus piezas convirtió el taller en un referente a nivel nacional[2]​, adonde se desplazaban los esmaltistas más destacados para completar su formación, como Victoriano Juaristi[4]​ o Miguel Soldevilla, director de la Escuela Massana de Barcelona.

La técnica con la que los Hernández se sintieron más cómodos fue el esmalte.

Sin duda, constituyen su producción artística más importante y en la que alcanzaron el mayor grado de perfección.

Desde los inicios del taller, los esmaltes se elaboran manualmente, siguiendo los preceptos establecidos desde la época medieval, es decir, son cristales pulverizados que se aplican sobre superficies metálicas (cobre, plata o incluso oro) y luego se funden a alta temperatura para darles su aspecto final.

[5]​ La sociedad europea, que había afrontado la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial, buscaba entonces una vida plena, constructiva y placentera, favorecida por los avances tecnológicos que iban surgiendo día a día.