El Imperio bizantino, que había gobernado la mayor parte del mundo griego durante más de 1100 años, se debilitó fatalmente a partir del saqueo de Constantinopla, realizado por los cruzados durante la Cuarta Cruzada en 1204.
En 1362, dirigidos por Murad I toman Adrianópolis, que se convierte en la primera capital del imperio otomano.
Establecido el orden, Murad II parte a la conquista de Grecia.
Las montañas no fueron ocupadas y se convirtieron en el refugio de los griegos para escapar al yugo extranjero.
Se instalan en lugares retirados alejados de los otomanos, como las montañas y las islas.
Se construyen nuevos pueblos en lugares que nunca habían tenido ocupación humana, donde las condiciones de vida eran difíciles y explican en parte el pobre desarrollo económico de Grecia bajo el imperio otomano.
Esmirna y Salónica se convierten en las capitales económicas del Imperio, seguidas de otros centros comerciales, tales como Ioannina, Heraklion, Patras.
Sin embargo, durante la primera guerra ruso-turca que estalló en 1768, los griegos no se sublevaron y los rusos debieron renunciar a Constantinopla.
Sin embargo, por el Tratado de Küçük Kaynarca (1774) los rusos obtuvieron el derecho de defender a los súbditos ortodoxos ante el sultán, lo que permitió a Rusia interferir cada vez más en los asuntos internos del Imperio.
Francia, otro miembro activo de la Santa Alianza (que acababa de intervenir en España contra los liberales) tenía una posición ambigua: los griegos, claros liberales, eran cristianos y su levantamiento contra los otomanos musulmanes podría parecerse a una nueva cruzada.
Gran Bretaña, un país liberal, se interesaba sobre todo por la situación geográfica en la ruta entre las Indias y Londres sobre las que deseaba ejercer alguna forma de control.
Finalmente, para toda Europa, Grecia era la cuna de la civilización y del arte desde la antigüedad.
Se realizó una expedición naval de demostración conjunta rusa, francesa y británica para ejercer presión diplomática sobre Constantinopla.