Cuando tenía 10 años, su padre, que se había enrolado en el Ejército otomano, partió hacia Egipto para luchar contra las tropas de Napoleón Bonaparte.
Con ello se convirtió en general de las mismas tropas que su padre había dirigido contra los franceses, compuestas por 8.000 hombres (la mayoría albaneses).
Una vez aseguradas las Ciudades Santas del Islam en manos egipcias, su misión fue perseguir al ejército wahabí para que no se reorganizara.
Con ello Mehmet Alí se convirtió en salvaguarda del Peregrinaje y consiguió zonas estratégicas para el comercio.
En 1825, una vez ocupada la isla, la flota egipcia continuó hacia Grecia continental y desembarcó en Morea (actual Peloponeso) el 26 de febrero.
Ante tal avance, los rebeldes griegos huyeron a las montañas y comenzaron una guerra de guerrillas contra el invasor.
En 1838 Mehmet Alí anunció su deseo de conseguir la independencia del Imperio otomano y convertir a Egipto en un reino hereditario.
La situación pareció calmarse, pero ese mismo año, el gobierno otomano y el británico firmaron el Tratado de Balta Liman, que obligaba a abolir los monopolios en todas las provincias del Imperio, Egipto incluido, e imponía nuevas tarifas aduaneras altísimas.
La victoria egipcia fue total: 15.000 turcos fueron hechos prisioneros e Ibrahim se apoderó de todo el material y artillería otomanos.
De nuevo quedaba libre el camino hasta Estambul, pero esta vez, Mehmet prohibió a su hijo continuar la marcha.
Ante esta situación, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia, que veían temerosas el aumento del poder egipcio, apoyaron la causa otomana.
Ibrahim se dirigió al actual Líbano (zona más vulnerable de la provincia siria) para preparar su defensa.
El 27 del mismo mes, Mehmet aceptó las condiciones que le habían impuesto, renunciando además a Creta y al Hijaz.
Además, a partir de entonces Egipto se quedaba sin Armada y el ejército no podría superar los 18.000 efectivos.