El resultado del golpe fue exitoso para Sánchez Cerro, quien llegó a Lima el 25 de agosto para tomar las riendas del país, mientras que Leguía renunció a la Presidencia y fue encarcelado en la Penitenciaría de Lima.
Se rumoreaban acciones subversivas y planes de asesinato del presidente.
Leguía, en sus memorias, cuenta que en marzo de 1930 firmó el ascenso a comandante del entonces mayor Sánchez Cerro, pese a la desconfianza que este le inspiraba, pero afirmando que lo hizo por recomendación de Foción Mariátegui (considerado el número 2 del leguiísmo) y del general Manuel María Ponce Brousset.
Ya en la campiña, entre el cementerio y Socabaya, el comandante Luis Sánchez Cerro se dirigió a ellas y les instó a la rebelión para acabar con el Oncenio, régimen que, según palabras, era una vergüenza para el país.
Sin embargo, desde Arequipa, Sánchez Cerro intimó enérgicamente a la Junta de Lima para que hiciera retornar al Grau.
[12] Mediante el uso de la radio (entonces una novedad), el capitán del buque fue obligado a virar en redondo cuando se hallaba por abandonar aguas peruanas.
También se anunciaba una expedición armada proveniente del exterior e integrada por desterrados de la dictadura leguiísta.
Sánchez Cerro, conocido por su fuerte personalidad, se adelantó a todos, y los demás insurrectos terminaron por apoyarlo para que asumiera la dirección del país.
En Lima, había militares que apoyaban a Sánchez Cerro, los cuales tenían como centro la Escuela Militar de Chorrillos.
Se produjeron en Lima grandes manifestaciones populares celebrando la caída del Oncenio y saludando al nuevo líder.
[17] Entre las medidas urgentes que tomó el nuevo gobierno fue la liquidación del Oncenio, destituyendo a funcionarios del régimen leguiísta y la represión a los afines al presidente destituido, y derogó las leyes impopulares de la dictadura.