En la narrativa está presente la figura del narrador, que puede ser interno al relato o externo a él.
Estas tres clasificaciones clásicas fijadas por la tradición abarcan muchas categorías menores en la era actual, comúnmente designadas como subgéneros.
[4] Inscribir una obra en uno u otro género ayuda a encajar las expectativas del público lector.
Por tanto, el género es, por encima de todo, una convención que configura un marco, una forma más o menos precisa.
Se cantaban, además, himnos al Dios Dionisio que, a tal efecto, era el motivo central de las tragedias.
[9] Salen autores destacados como Esquilo, Sófocles y Eurípides, así como la escenificación propia de los géneros teatrales representada por un teatro semicircular, al aire libre con gradas construidas en madera y después adosadas en piedra a las colinas, lo que permitía dar un efecto de eco en cada una de las palabras interpretadas por los actores.
[10] Inicialmente, la tragedia griega contenía únicamente un actor que era protagonista e interpretaba a diferentes personajes.
Destacó Séneca a pesar de encontrar otros autores bien apreciados en las horas como Plauto o Terencio[11].
En la Edad Media el teatro conserva la dimensión religiosa, de hecho, la explota en un ámbito mucho más popular.
Molière, por su parte, acaba triunfando en Francia gracias a propuestas críticas y subjetivas de su sociedad.
Durante el siglo xix , la comedia cae en decadencia, pese a las obras de Óscar Wilde y George Bernard.
Si bien con el tiempo la tragedia no se altera mucho más de lo que propuso Shakespeare, sí que ha habido nuevas experiencias dentro de la línea del escritor inglés en el siglo XVIII y XIX.
Se exalta los buenos sentimientos, es decir, tendremos siempre una versante muy moralista, derramada por el romanticismo.
El drama romántico del siglo xix alcanza su auge con Víctor Hugo y Shakespeare.
Hacia finales del siglo xix los dramaturgos retoman las viejas pautas de la comedia con el vaudeville aportando acciones extravagantes o inextricables.
Por ejemplo, la novela, tras una cierta evolución a finales del siglo XIX que culmina en Gustave Flaubert, se ha convertido en el siglo XX y comienzos del XXI en la forma literaria por excelencia, a la que se acogen más propuestas diferentes de escritura.
A partir de los años veinte, se había planteado estudiar la prosa novelesca y definirla por su especificidad.