En esta fase, de acuerdo a la teoría lacaniana, se desarrollaría el yo como instancia psíquica.
La fase sería, según Lacan y en este momento temprano de su obra, universalmente perceptible en el desarrollo de todos los seres humanos, constituyendo para el autor un hito fundacional del yo y del sujeto.
Esta fascinación es interpretada por Lacan como la identificación del niño con su imagen, la que encuentra allí por primera vez reflejada de manera completa.
Pero el estadio del espejo por sí solo, con la implicación de la madre o la función materna, no resultan suficientes para la subjetivación.
Una figura imaginaria de no fragmentación, engañosa y que al mismo tiempo lo confronta con la propia enajenación.
Esta es una razón para que Lacan más adelante distinga entre dos formas del yo: je y moi.
Por otra parte, el psicólogo Henri Wallon fue quien por primera vez describió la conducta de los niños pequeños frente a un espejo, publicando en 1931 un experimento de «prueba del espejo», consistente en observar y controlar la manera en que el niño va aprendiendo a reconocerse en la imagen proyectada.
Llama la atención, sin embargo, que aún en ese año usara la palabra francesa je (yo deíctico) y no, como luego lo hará, la palabra francesa moi (yo pronominal y substantivo) para referirse al yo.
La teoría del espejo fue la primera de las teorías lacaninanas que tuvo un fuerte impacto en la comunidad académica psicoanalítica y psicológica y por tanto en buena medida contribuyó a la fama de Jacques Lacan.
Aún menos posible sería demostrar que esta percepción de «no-fragmentación» sea efímera, engañosa o colleve la enajenación.
La teoría de Lacan ha sido estudiada por la investigadora Jane Gallup en los años '80: si ha sido insuficiente la función paterna -o se ha provocado una forclusión- un niño puede alcanzar el estadio del espejo, pero luego sufrir una grave regresión.