Se calcula que a finales del siglo XVIII morían anualmente por viruela en Europa unas 400 000 personas.[2][3] Se puede entender globalmente como «una caravana infantil con rumbo al Nuevo Mundo para transportar la vacuna y prevenir las epidemias de viruelas.[5] En el Virreinato del Perú se logró vacunar a 22 726 personas según Gonzalo Díaz de Yraola.Consistía en extraer, a una persona que estuviera ya en la última fase de la enfermedad, líquido de sus pústulas e inoculárselo a otra persona, mediante una incisión hecha en el brazo.El receptor se infectaba, pero rara vez moría, al recibir una dosis reducida del virus.El resto de los niños inoculados respondieron sorprendentemente bien y quedaron inmunizados contra la viruela humana.Hoy tenemos cámaras de refrigeración, pero entonces, para lograr que se conservara tan solo unos diez días, lo que se hacía era empapar algodón en rama con el fluido, situarlo entre dos placas de vidrio y sellarlo con cera.Esto era lo que se hacía en Europa; pero cruzar el Atlántico suponía saltarse, con mucho, la fecha de caducidad.[10] La lucha contra la viruela además había cobrado fuerza en los últimos años del siglo XVIII en América ya que el Rey había solicitado trabajos médicos que busquen realizar reformas para mejorar la salud pública y enfrentar la enfermedad como fueron Reflexiones acerca de las viruelas de Eugenio de Santa Cruz y Espejo en Nueva Granada o la Instrucción que puede servir para que se cure a los enfermos de las viruelas epidémicas por José Ignacio Bartolache en Nueva España.La solución se le ocurrió al mismo Balmis, y podría denominarse transporte humano en vivo.La vacuna debió ser llevada por niños que no hubieran pasado la viruela, y se transmitió de uno a otro cada nueve o diez días.[17] Las normas de la expedición indicaban claramente el cuidado que los niños debían recibir.[18] La misión consiguió llevar la vacuna hasta las islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, las Filipinas y China.