Esa misma noche se reunió en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, junto con Mariano Moreno, Francisco Ortiz de Ocampo, Domingo French, Feliciano Antonio Chiclana, Manuel Moreno, Tomás Guido, Juan Ramón Balcarce, Juan José Viamonte, Martín Jacobo Thompson, Vicente López y Planes, José Darregueira, fray Cayetano José Rodríguez y otros conjurados que lograron la renuncia de sus miembros y exigieron que el Cabildo: El cabildo exigió que el pedido oral fuese confeccionado por escrito y pacíficamente, sin causar alboroto.
Del Pino se negó e informó inmediatamente a Buenos Aires adjuntando el oficio de Soria.
En su oficio dirigido a la Junta Provisoria del 19 de julio manifestó su “mayor sorpresa” ante estos hechos “violentos” que lo obligaban, como vasallo fiel y subordinado militar, a separarse de la Junta Provisoria por ser una “dependencia indebida”.
Ese mismo día, Cardoso y Díaz Vélez se embarcaron de vuelta hacia Buenos Aires.
Esta “ridícula” o “tragicómica aventura”, como lo calificó Moreno, no cayó muy bien en el resto de la Junta Provisoria.
Superado el conflicto con las autoridades cordobesas que se habían negado a someterse a la Junta y que culminó con el fusilamiento del ex virrey Liniers y las principales autoridades, la Junta tomó tres importantes medidas: La primera fue ordenar a Ortiz de Ocampo que se dirigiera a Salta para reorganizar desde allí los recursos provenientes de La Rioja, Santiago del Estero, Catamarca, Tucumán y Salta para reforzar al ejército que se dirigía al Alto Perú.
Esta fuerza debía esperar allí al grueso del ejército que avanzaría detrás con igual destino.
[13] De esta manera el ejército auxiliar quedó dividido en dos: una vanguardia al mando de González Balcarce que avanzó rápidamente al norte y el grueso del ejército, que se dirigió lentamente hacia Santiago del Estero, como primera etapa.
Allí se debían reunir carretas, mulas y compensar con nuevas levas de soldados las pérdidas que producían las deserciones.
Años después, Belgrano recordaría el error que había cometido al favorecer con su voto aquel nombramiento calificándolo, sin explicar las razones, de “horrorosas consecuencias”.
El día 15, a la hora prevista, los reos fueron conducidos desde la Casa de la Moneda hasta la cercana Plaza Mayor.
A tal efecto fue designado el capitán Miguel García quien fue hasta Zepita, cuartel general de Goyeneche.
Díaz Vélez comprendió inmediatamente que toda la planificación del ataque al Desaguadero había quedado obsoleta.
Viamonte negaría más tarde estas palabras pero los testigos presentes las confirmaron en el juicio, separada y textualmente.
Díaz Vélez ordenó que la caballería del ejército auxiliar, superior en número a la de Ramírez, entrara en acción.
Era la única reserva disponible que tenía Viamonte para hacer frente, por un lado, al combate todavía indeciso que conducía Díaz Vélez y, por el otro, a una nueva columna enemiga que apareció desde el norte marchando por la quebrada y las alturas occidentales de la misma rumbo al cerro y a la línea secundaria defendida por el batallón N.º 2 de Balbastro, que para entonces, ya estaba reducido a la mitad por una desafortunada decisión táctica de avanzar cuatro compañías hacia el centro de la quebrada.
El Triunvirato ordenó a Pueyrredón que el Ejército Auxiliar hostilizara constantemente al ejército realista ya que no se encontraba en condiciones de producir un ataque directo contra este, y de esta manera evitara su efectivo avance sobre las provincias altoperuanas.
Durante la retirada enemiga, Belgrano ordenó a Díaz Vélez picar la retaguardia del ejército derrotado en su huida al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas.
Desde entonces Díaz Vélez, como muchos otros patriotas, comenzó a lucir en su pecho el escapulario de su Generala.
Entre ellos, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, Lorenzo Lugones, Gregorio Perdriel, Diego Balcarce y Gervasio Dorna.
Se dedicó a enviar todo lo que pudo, por las buenas o por las malas, al Ejército del Norte.
Dejó así la carrera de las armas para ocuparse a las actividades camperas, tareas que realizó con gran éxito.
Juan Manuel de Rosas organizó en la provincia una protesta general contra esta política y se sublevó en Chascomús; puesto en prisión, fue liberado rápidamente debido a la presión popular.
El proyecto fue resistido por Díaz Vélez quien, junto a Rosas, Juan Nepomuceno Terrero, Nicolás Anchorena y otros importantes hacendados, recogieron cerca de setecientas firmas en su contra.
Eustoquio Díaz Vélez no participó en las guerras civiles o externas de los años que siguieron.
Si bien Balcarce aceptó, en principio, renunciar al cargo, no lo hizo finalmente por influencia de su ministro, el general Enrique Martínez.
Fueron también parte de la sublevación Egaña, Miguens, Córdoba, Vázquez, Díaz, Arroyo, Miró, Abiaga, Zárate, Zelarrayán, entre otros.
Rápidamente arribó a las inmediaciones el coronel Echeverría, fiel al gobierno, proveniente de Tapalqué con muchos indios aliados.
Igual destino corrió su estancia ubicada a la vera del Quequén Grande confiscándose 15.000 vacunos, 3000 lanares y 1500 caballos.
Estas victorias envalentonaron a los aborígenes quienes arremetieron sobre Cabo Corrientes, Azul, Cruz de Guerra, Junín, Melincué, Olavarría, Alvear, Bragado y Bahía Blanca.