Los que así lo hacían eran "reconciliados" con la Iglesia sin sufrir fuertes castigos.
A continuación en una misa de domingo o de día festivo, al finalizar el sermón del párroco o el rezo del credo, el inquisidor sosteniendo un crucifijo se dirigía a los feligreses para que tras persignarse juraran levantando la mano derecha que ayudarían al Santo Oficio a perseguir la herejía.
[4] El edicto de fe no adquiere su forma definitiva hasta el siglo XVII y solo a partir de 1630 se lee el mismo texto en todos los tribunales.
Este comienza describiendo las palabras y prácticas más frecuentes entre los judaizantes —como abstenerse de comer determinados alimentos o no trabajar los sábados—, prestando especial atención a las prácticas funerarias —volver al difundo contra la pared, lavarlo con agua caliente o cortarle la barba y depilarle las axilas, colocarle en la boca una moneda o una perla, etc.—.
[6] Los edictos de fe, como sus antecesores, los edictos de gracia partían del principio en el que se sustentaba la existencia misma de la Inquisición: que la herejía no era tan sólo un pecado, sino también era un delito, por lo que los confesores no podía absolver a los herejes.