Consecuencialismo

[1]​ Un aspecto destacado es la existencia del consecuencialismo negativo, el cual otorga prioridad absoluta a la reducción de desvalores como el sufrimiento.

Según esta perspectiva, no existe valor positivo en sí mismo que pueda compensar el daño inherente de los desvalores.

El consecuencialismo satisfaccionista añade otra capa de matiz, al proponer que no es necesario maximizar siempre el impacto positivo, sino actuar hasta alcanzar un nivel suficiente de impacto positivo.

Estas diferencias no solo reflejan debates sobre la intensidad del compromiso ético que demanda el consecuencialismo, sino también cómo deben equilibrarse los intereses individuales y colectivos en la práctica moral.

No obstante, los defensores argumentan que este enfoque permite evitar resultados catastróficos y maximizar el bienestar colectivo, adaptándose a la incertidumbre inherente de las decisiones humanas al basarse en expectativas razonables en lugar de resultados garantizados (Railton, 1984).

Así, hay posiciones consecuencialistas prioritaristas, igualitaristas, perfeccionistas y de muchos otros tipos.

También se le conoce como ética consecutiva, ya que se basa el juicio de los actos en sus consecuencias, y se opone a la éticas deontológicas (del griego δέον, deber), que sostienen que la moralidad de una acción es independiente del bien o mal generado a partir de ella.

El consecuencialismo no se aplica solo a las acciones, pero estas son el ejemplo más prominente.

Según algunos consecuencialistas los motivos son acciones en potencia: revelan información acerca de las posibles acciones venideras de un agente y por lo tanto también tienen relevancia moral, si bien no son buenos o malos per se.

[9]​ El consecuencialismo, como sugiere su nombre, sostiene que los resultados de una acción compensan cualquier otra consideración en la deliberación moral.

Jeremy Bentham , padre del utilitarismo , una de las principales teorías consecuencialistas.