Dilema del tranvía

Uno de ellos es el ofrecido por Judith Jarvis Thomson: En este caso se encuentra una gran resistencia a decidir una participación activa.

No obstante, en este segundo caso el daño va directamente parejo al intento de salvar los otros cinco.

Mientras que puede ser justificable sacrificar al hombre gordo para salvar a las otras víctimas, que todo suceda como está planeado no es algo seguro, por lo que podría resultar una pérdida innecesaria del hombre gordo por añadidura a la de las otras cinco personas, pero al ser un dilema intelectual se asume el dilema en sus términos (empujarle para el tren).

En este caso, empero, la muerte de uno forma parte necesaria del plan para salvar a los otros cinco.

La variante del bucle no tiene por qué ser fatal para el argumento de estar usando a una persona como medio.

Esta vía de comportamiento requiere restar importancia a la diferencia entre hacer y permitir.

Unger argumenta extensivamente contra las tradicionales respuestas no consecuencialistas al dilema del tranvía.

Este es uno de esos ejemplos: Las respuestas a esta pregunta dependen parcialmente de si el lector se ha topado anteriormente con el primer problema del tranvía (habiendo, desde luego, un deseo por mantener una coherencia en las propias respuestas), aunque Unger puntualiza que las personas que no se han encontrado previamente con dicho problema más probablemente responderán, en este caso, que la acción positiva propuesta sería incorrecta.

En este último caso, dice, la única diferencia importante es que el hombre del jardín no parece particularmente involucrado.

El sujeto cree que, si la empresa de transportes funciona como es debido, el tren no causará víctimas al descarrilar.

Si no tiene motivo para dudar de la fiabilidad de la empresa, está actuando con el método más fiable, y por supuesto, el más acorde con la humanidad que supone salvar a la persona que se enfrentaba a una muerte segura.

El consecuencialismo, en cambio, se basa únicamente en si las consecuencias de los actos son positivas o no.

Un ejemplo de esta posición es el utilitarismo, según el cual las decisiones correctas son las que proporcionan menos sufrimiento y más felicidad en conjunto.

Un detalle fundamental a tener en cuenta es que, como el propio Mill establece, el utilitarismo no implica egoísmo.

En relación con el dilema del tranvía, esta es la posición que elige la mayoría de la gente en cuestionarse la primera pregunta (el hecho de accionar la palanca para que muera la menor cantidad de gente posible), pero Judith Jarvis Thomson, posterior estudiosa del dilema, ideó la variante del hombre gordo para demostrar que nuestras “intuiciones utilitaristas” no son del todo fiables porque, en esta segunda cuestión existe la posibilidad de empujar al hombre a la vía para parar el tranvía dirigido hacia cinco personas, y la mayor parte de la gente decide no matar a una persona en detrimento de cinco aunque, desde la posición utilitarista, en ambos casos el espectador debe actuar desviando o parando el tranvía, pues siempre es preferible salvar cinco vidas y no solo una, siguiendo el principio moral esencial.

El enemigo queda deshumanizado en la guerra, no se le atribuye a veces ni categoría de humano.

¿Deberías desviar el tranvía?