El concordato confirmó el derecho del rey francés de nombrar arzobispos, obispos, abades y priores, permitiendo a la corona controlar a su personal y decidir quiénes serían los líderes de la Iglesia en Francia.
En este concordato Francisco finalmente aceptó de modo firme que el poder del papa no quedaba sujeto a ningún concilio,[1] una afirmación de la posición papal en la larga y conflictiva discusión sobre el conciliarismo, que fue condenado por el Quinto Concilio Lateranense, celebrado entre 1512 y 1517, lo que confirmó el concordato.
El Concordato terminó con cualquier vestigio de un principio electivo, en el cual los monjes o las canonjías catedralicias eligen a su abad u obispo: hubo durante cierto tiempo algunas protestas por parte de estas comunidades desencantadas con esto, cuyas aprobaciones de candidatos fueron tornándose en una mera formalidad.
Durante muchos años, el rey de Francia luchó para mantener a la Iglesia católica en su poder, y fue avalado en esto por muchos que sostuvieron sus políticas.
Esto condujo a la persecución de los no católicos bajo el reinado de Francisco I, Enrique II, Francisco II y Carlos IX.