Identifica y describe el legado vivo del colonialismo en las sociedades contemporáneas en forma de discriminación social que sobrevivió al colonialismo formal y se integró en órdenes sociales sucesivos.
María Lugones amplía la definición de colonialidad del poder al señalar que impone valores y expectativas también sobre el género,[3] en particular en relación con la clasificación europea de las mujeres como inferiores a los hombres.
[4] El concepto también fue ampliado por Ramón Grosfoguel, Walter Mignolo, Sylvia Wynter, Nelson Maldonado-Torres, Santiago Castro-Gómez, Catherine Walsh, Roberto Hernández y María Lugones.
[5] El trabajo de Quijano sobre el tema «tuvo amplias repercusiones entre los estudiosos decoloniales latinoamericanos en la academia norteamericana».
[11] Sin embargo, como señala María Lugones, el sistema de dominación basado en el género no desapareció, sino que se integró al sistema de dominación jerárquico basado en la raza.
536) señala que: «En algunos casos, la nobleza india, una minoría reducida, fue exenta de la servidumbre y recibió un trato especial debido a su papel como intermediaria con la raza dominante...
[14] Los sistemas culturales creados bajo la colonialidad del poder suponen que las culturas europeas son las únicas culturas verdaderamente modernas, basadas en características de la modernidad como los sistemas económicos capitalistas, la racionalidad, el neoliberalismo y la ciencia.
[15][16] Un ejemplo de este tipo de represión es la dada en cultura mapuche chilena, en la que los géneros son intercambiables y combinables, no estáticos y prescritos como en la cultura dominante chilena.
[22] Este yo colonizador, a menudo liberal, racionaliza sus acciones para asegurar su impulso hacia la acumulación por desposesión.
Tras la incorporación de los conocimientos inuit a las prácticas científicas dominantes, Noble demuestra cómo este medio sostiene al otro manteniendo un diálogo entre el yo y el otro, «asegurando siempre, por cualquier medio flexible, que el otro siga siendo otro, parcialmente bienvenido en el acuerdo, pero necesariamente en una posición subordinada, subyugada, inscrita como otra por uno mismo, asegurando así la posición de poder del yo» de una manera culturalmente resistente, pero continuamente opresiva.