Los augures celebraban una ceremonia (conocida como «tomar los auspicios») y leían o interpretaban las pautas de las aves en el cielo.
A veces, sobornados o por motivos políticos, los augures fabricarían auspicios desfavorables para retardar ciertas funciones estatales, como las elecciones.
Los parajes en que funcionaban los adivinos se nombraban Entheus, Entheatus y Thalamos en Grecia, así como Fanum, en Roma, era el sitio destinado para rendir los oráculos.
(Oriente) a su derecha: pero los romanos como mirasen al S. (Mediodía) dejaban el E. a su izquierda: no obstante, el resultado era el mismo para significar el presagio favorable o triste: por lo tanto el E., prescindiendo del lado que se miraba, era presagio favorable.
Iguales mudanzas sufrió, según Tácito, en las épocas de los emperadores Augusto, Nerón, Trajano y Marco Aurelio, aunque se ignora el paraje fijo en donde le situaron.
El augur, vestido con la toga auguralis o trabea, indicaba que iba a ejercer su ministerio y para hacer sus observaciones subía al punto más alto del auguraculum: entonces se volvía de la parte de Oriente, señalaba con el lituus o bastón augural el templum una parte del cielo, en cuyo instante profería las palabras partiri telzn el tabernaculum capere y de este modo dividía el cielo en cuatro partes, se ofrecían sacrificios a los dioses cubriéndose la cabeza con sus vestiduras, verificado lo cual, el augur por el sedere augurem, ocupaba su asiento y se ponía a observar con todo cuidado las aves que aparecían, la manera como volaban, sus cantos y hacia qué lado de la parte llamada templum se encontraban.
Al proseguir la ceremonia si decía annuntiare, era buen presagio; así como obnuntiare se entendía en sentido contrario: estas frases, que proferían los augures a su capricho, conforme a sus intereses o a las miras particulares de los magistrados, por los asuntos que habían de consultar al pueblo, daban por lo común el resultado a los congregados en el día prefijado, porque el augur hacía saber al pueblo que su reunión se había prorrogado para otro día ya que en el día señalado los presagios se presentaban funestos.
Dichas aves se clasificaban en: Lo contrario debía entenderse con las que siguen: Avis altera, por decir adversa, indicaba ser necesaria otra ave: la arciva (de ab arcendo), impedía la ejecución del proyecto : las inebra y remora, le retrasaban.
Como por este y otros medios podían los augures obrar a su capricho, diciendo presagios falsos, hubo ocasiones que estos no tuvieron cabida.
Según Tito Livio, esta clase de expiación la hacían los pontífices: todo fenómeno sobrenatural como nacer un puerco con cabeza humana, el sudar las estatuas sangre o una tormenta que arrojase piedra, daban margen para sacar los presagios.
Si todas estas partes mostraban estar muy frescas, enteras y sanas, el augurio, entonces, se reputaba favorable y, al contrario, muy funesto, cuando estaban lívidas, negruzcas, flacas o llegaba el caso de que no se encontraban.
Los arúspices eran temidos y reputados entre las personas ilustradas como unos verdaderos insensatos suponiéndose instruidos en el conocimiento del porvenir: sabida es la respuesta que dio Aníbal al mensaje de Prusias, rey de Bitinia, cuando este rehusó dar la batalla porque se lo habían prohibido las entrañas de las víctimas, y Catón dijo que no le era fácil comprender cómo los augures y los arúspices al encontrarse en la calle podían contener la risa.