Presagio

Los presagios, anuncios, predicciones y vaticinios se diferenciaban de los augurios en que éstos se practicaban y percibían conforme los signos buscados y prevenidos por las reglas del arte augural, en tanto que los presagios, como dimanados de la casualidad, eran interpretados por cada persona de un modo más vago o al capricho.

Por esta razón, en todas las ceremonias religiosas y en los actos públicos precedía la fórmula: Quod felix, faustum, fortunatumque sit: lo propio se decía cuando llegaba el caso de celebrarse matrimonios, en el nacimiento de las personas, en los viajes, en los festines...

Pero no bastaba con observar los presagios, era preciso aceptarlos cuando parecían favorables a fin de que produjeran su efecto.

Todas las súplicas a los dioses se dirigían para aplacar su ira y evitar los terribles efectos del presagio, siempre que este se hubiese anunciado por casualidad; pero si había sido solicitado por la persona, no le quedaba otro arbitrio que someterse a la voluntad de los dioses.

No pudiéndose excusar el uso de ciertas palabras o frases de mal agüero, se tomaba la precaución de indicar con la higa o por el gesto o la acción que se desechaban con aborrecimiento, como igualmente todo lo que pudiese presagiar cosas funestas; todos estos eran actos apotropaicos.

Ejemplos de presagios tomados de las Crónicas de Nuremberg (1493): fenómenos naturales y nacimientos extraños.
Las Fuentes Tamáricas en fase seca, en Velilla del Río Carrión ( España ). Plinio el Viejo señala en el siglo I su peculiaridad de manar y dejar de hacerlo sin explicación alguna, siendo sus intermitencias consideradas como un augurio.