Desde esa fecha hasta 677, la capital bizantina sufrió intermitentes embates árabes, aunque siempre fueron rechazados por la flota del emperador Constantino IV.
En el año 695 fue destronado por el general Leoncio que acaudilló una revuelta popular contra su política fiscal de excesivos impuestos para financiar grandes obras públicas, entre ellas el palacio imperial.
El primero fue Filípico; lo siguió Anastasio II, que designó a un militar llamado León el Isáurico como comandante de las tropas bizantinas en Anatolia.
A Anastasio le sucedió en el trono bizantino Teodosio III y cuando este fue despojado del trono, se lo ofrecieron a León, que fue coronado emperador el 25 de marzo de 717 en Constantinopla como León III.
Malasma comprendió que lo mejor era reducir la ciudad por el bloqueo e hizo excavar una profunda trinchera frente a la muralla.
Solimán fue instruido de dividir su flota, dejando una parte estacionada en Eutropius y en Anthemius, en la costa asiática, cortando los suministros provenientes del Egeo.
La segunda flota llegó el 1 de septiembre a Constantinopla y el 3 del mismo mes continuó hacia el Bósforo.
León la esperaba en el Cuerno de Oro, la entrada estaba protegida por una gran cadena que se podía izar o bajar.
En la punta Serrallo la fuerte corriente marina que ahí se producía confundió a las naves árabes.
Este rápido ataque tuvo consecuencias futuras, pues los árabes no se atrevieron a atacarlo nuevamente lo que permitió el libre abastecimiento de la ciudad.
En el internato, el califa Solimán, que acudía hacia el sitio con tropas de refuerzo, murió repentinamente.
Muchos árabes murieron durante ese periodo, pues no estaban acostumbrados a esas condiciones climáticas.
Con esta información León se hizo a la mar y cayó sorpresivamente sobre las naves árabes que estaban completamente descuidadas.
Se puede decir con justicia que estas victorias salvaron al Imperio bizantino y a los pueblos del oriente europeo.