La locución latina generalmente inscrita en monedas o monumentos imperiales era abreviada epigráficamente como P.P.
El título no representaba ninguna magistratura en particular ni tampoco conllevaba ningún estatus legal; era solo un reconocimiento honorario asignado por el Estado.
Tres siglos más tarde, el senado se lo otorgó al orador y estadista Marco Tulio Cicerón durante su consulado en el año 63 a. C. por su participación contra la conspiración de Catilina que pretendía derrocar la República romana.
Más tarde lo consiguió Augusto en el año 2 a. C., que lo consideró una distinción muy importante para él ya que le parecía ser un paterfamilias de todos los romanos.
Sin embargo, al no ser importante para la legitimidad del gobernante ni para sus poderes legales, no llegó a convertirse en un título concedido regularmente en la época imperial, a diferencia de los de Imperator, César, Augusto, princeps senatus, pontifex maximus y tribunicia potestas.