Escribió una interesante oda, La Ninfa del Sena, en 1660, así como varias obras más que no consiguió fuesen puestas en escena.
El éxito que consiguió en 1667 con la tragedia Andrómaca le proporcionó una gran reputación.
Después de escribir una comedia, Los Litigantes en 1668, volvió a consagrarse ya definitivamente a la tragedia y compuso sucesivamente Británico (1669), Berenice (1670), Bayaceto (1672), Mitrídates (1673), Ifigenia (1674) y Fedra (1677).
Racine describe la pasión con una terrible violencia, especialmente si se trata de celos, y con un extraordinario realismo psicológico.
Las tragedias profanas (es decir, si excluimos Esther y Atalía) presentan a una pareja de jóvenes inocentes unidos y a la vez separados por un amor imposible, porque la mujer está dominada por el rey (Andrómaca, Británico, Bayaceto, Mitrídates) o por pertenecer a un clan rival (Aricia en Fedra).
El número de personajes, todos ellos reales, se mantiene al mínimo.
Cuanto más alta es la posición desde la que cae el héroe, mayor es la tragedia.
A menudo se dice que Racine estuvo profundamente influenciado por el sentido jansenista de fatalismo.
[14] Como cristiano, Racine ya no podía dar por sentado, como hicieron Esquilo y Sófocles, que Dios es despiadado al conducir a los hombres a un destino que no prevén.
Como ya en las obras de Eurípides, los dioses se han vuelto más simbólicos.
Racine escribió solo una comedia, Les Plaideurs (Los Litigantes), publicada en 1668, y once tragedias, que pueden clasificarse así: Racine se encontraba más cómodo en las tragedias de tema griego y solo cultivaba los temas romanos para competir con Corneille, que tenía en esos asuntos su fuente de inspiración principal.
Son estos grandes rostros de la noche, estos barrios sombríos que frecuentan el día sin dejarse destruir, y que no desaparecerán sino en la nueva noche de la muerte.
Y, a su vez, estas noches fantásticas están obsesionadas por una luz que se forma como el reflejo infernal del día: fuego de Troya, antorchas de los pretorianos, pálida luz del sueño.
En el siglo XXI, Racine todavía es considerado un genio literario de proporciones revolucionarias.
Byatt (La Virgen en el jardín, 1978; Naturaleza muerta, 1985; La torre de Babel, 1997 y Una mujer que silba, 2002).