Era esta una costumbre que había sido practicada en la dinastía otomana, entre otros, por su abuelo Fatih («El Conquistador») Mehmed II.
Selim tuvo la determinación de no tener los mismos problemas con sus otros hermanos, y los ejecutó a todos.
Igualmente extendió el poder otomano a las ciudades santas de La Meca y Medina.
Después de que Selim se convirtiera en el amo y señor de las ciudades santas del Islam y conquistara Egipto junto con Al-Mutawakkil III, el último califa de la dinastía Abasí que residía allí, Selim le incitó a que cediera formalmente el título del califa, así como sus emblemas más reconocidos, la espada y la capa del profeta Mahoma.
El único que escapó a la ejecución decretada por su padre fue Üveys Pasha, el cual vivió en el exilio durante el reinado de su hermano Solimán.
En uno de sus poemas, escribió: El mundo entero no sería una soberanía lo suficientemente vasta para un solo monarca.
Según la mayoría de los relatos, Selim tenía un temperamento fogoso y grandes esperanzas puestas en sus subordinados.
El sultán se echó a reír y respondió que, en efecto, había estado pensando en matarlo, pero que no tenía a nadie apto para ocupar su lugar; de lo contrario, le habría complacido.