Es así como, por ejemplo, los chyquy (sacerdotes muiscas) debían ser investidos por la autoridad del Zipa.
Tampoco le estaba permitido comer carne ni alimentos con sal o ají, y no podía tener ningún tipo de contacto con mujer alguna.
No obstante, Zaquesazipa no había sido educado como Psihipqua (heredero del trono), pues no era el sobrino sino el hermano del anterior Zipa, Tisquesusa, y era considerado por la mayor parte de la nobleza muisca como un usurpador del trono, siendo el Psihipqua legítimo su sobrino, Chiayzaque.
En la balsa había cuatro braseros encendidos en los que se quemaba mucho moque, que era el sahumerio de los muiscas, y trementina, con otros muchos y diversos perfumes.
Cuando llegaba el Psihipqua, lo desnudaban completamente, le untaban en todo el cuerpo aceite de trementina y lo espolvoreaban con oro en polvo, de tal manera que su cuerpo quedaba totalmente dorado.
En la balsa entraban los cuatro principales Uzaques (nobles de sangre pura), también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento.
En ese momento, se alzaba una bandera, que hacía la señal para el silencio.
Cuando acababan, se bajaba la bandera, que durante el ofrecimiento había permanecido alzada, y partiendo la balsa de nuevo hacia la orilla, se alzaba un griterío con música y danzas alrededor de la laguna, con lo que quedaba investido el nuevo Zipa.
Incluso los nobles que, por su dignidad, podían permanecer sentados o de pie, debían, aun así, mantener la cabeza baja.
Siempre le precedían unos criados encargados de despejar el camino, quitando las piedras que pudieran obstaculizar la marcha.
[1] Ningún hombre, de la condición social que fuera, podía presentarse ante el Zipa sin ofrecerle un regalo cada vez que lo visitaba, y en las ocasiones especiales los regalos debían ser abundantes.
Las principales fueron:[1] El último heredero legítimo al trono del que se tiene conocimiento fue Chiayzaque, Utatiba de Chía.