Ubi arcano Dei consilio

Esos males han penetrado en las mismas raíces de la sociedad, es decir hasta en las familias.

No obstante en esta situación, señala el papa: Expone a continuación la causa de esos males: "¿De dónde nacen las guerras y contiendas entre nosotros?, ¿No es verdad que de vuestras pasiones?[2]​.

Desea para ello contar con la cooperación de los obispos, «puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios», a los que transmite su deseo de convocarles en Roma para hallar reparo a la situación que atraviesa la humanidad, esto supondría dar continuidad al Concilio Vaticano I, que no llegó a completarse, pero considera que no ha llegado aún el momento de hacerlo.

Este objetivo le hace contemplar con gozo y como un augurio de una futura unidad, el aprecio universal hacia la Santa Sede manifestado en que muchas naciones a resstablecido las antiguas relaciones con la Sede Apostólica.

Recuerda el papa la relación que debe existir entre el poder eclesiástico y el civil, por esto aunque Tomando ocasión de esas palabras el papa se extiende manifestado su dolor por la falta de esa misma relación con Italia a causa de la situación a la que ha quedado sometida la sede apostólica, que por su origen y naturaleza divina no puede parecer hallarse sujeta a ningún poder ni ley humana, no bastando que este poder prometa proteger la libertad del romano pontífice.

Muestra el papa su deseo de llegar a un arreglo pacífico de la cuestión romana,[9]​ añadiendo que Pío XI concluye esta su primera encíclica, con una oración por la paz en la Navidad, ya próxima, y con su bendición apostólica dirigida a los obispos, al clero y a todo el pueblo.