La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa.
El concepto de trascendental y sus especificaciones fueron elaborados por primera vez por Felipe el Canciller en su Summa de bono (1225-1228)[1], y nombrados más tarde con el término latino trascendentalia en la Summa Magistri Rolandi cremonensis del dominico Rolando da Cremona[2].
En este punto se reconocen cuatro propiedades trascendentales que trascienden la entidad de cada uno y, por tanto, son propiedades predicables al ente en cuanto tal, a todo ente: unum, verum, bellus et bonum (unidad, verdad, belleza y bondad).
Tomás de Aquino aplicó los trascendentales a aquellos conceptos que tienen universalidad propia, como la verdad y la bondad: éstos, en un primer grado de universalidad, se refieren concretamente a todos los seres humanos, pero si son elaborados teóricamente por el intelecto y la voluntad de un ser perfecto como Dios, adquieren, por así decirlo, una "summa universalidad" que se expresa precisamente en el término trascendental.
Son estructuras subjetivas que, aunque trascienden el conocimiento y el campo limitado de la experiencia individual y generan un conocimiento objetivo, no permiten trascender el ámbito de la experiencia posible, comprendida como mundo.
Este acto no puede demostrarse racionalmente, sino que debe presuponerse primero con un acto intuitivo-intelectual en este sentido trascendental: forma y contenido, trascendente e inmanente, anterior a la creación de la realidad (autoconciencia) y al mismo tiempo coincidente con ella (creación propia).
Schelling tituló su obra más famosa System of Transcendental Idealism ( System des transzendentalen Idealismus, 1800), en el que reconstruye los momentos a través de los cuales la conciencia llega al Absoluto, unidad del espíritu y la naturaleza.