El tradicionalismo se basa en que la verdad proviene de una fuente divina (revelación).
El surgimiento del tradicionalismo ideológico o reflexivo se asocia con la Edad Media, se remontaría a la cultura humanista y su interés por el hermetismo y el mito de la existencia de una forma antigua de teología común a todas las doctrinas religiosas por personas con un espíritu ilustrado, que luego fue retomado en la época romántica con los estudios dedicados al simbolismo y la mitología que dieron lugar a las prácticas ocultistas,[2] o también se remonataría con el final del siglo XVIII, cuando los filósofos de la Ilustración sembraron dudas sobre las verdades tradicionales.
Para vivir se ha de confiar en la revelación divina y el dogma como únicos criterios válidos para alcanzar la verdad.
Sus principales representantes a nivel filosófico son: Lamennais, De Bonald, Bonnetty y Bautain.
La Escuela Tradicionalista o Perennialista cree por tanto en la existencia de una sabiduría perenne o una filosofía perenne, verdades primordiales y universales que forman la fuente y son compartidas por todas las principales religiones del mundo.
Otros miembros importantes incluyen a Titus Burckhardt, Martin Lings, Seyyed Hossein Nasr, William Stoddart, Jean-Louis Michon, Marco Pallis , Huston Smith y Julius Evola.
[15] La visión tradicionalista de una sabiduría perenne no se basa tanto en experiencias místicas, sino en intuiciones metafísicas.
[19] Lo tradicionalistas ven su enfoque como un anhelo justificable por el pasado; en palabras de Schuon: "Si reconocer lo que es verdadero y justo es" nostalgia del pasado ", es claramente un crimen o una vergüenza no sentir esta nostalgia".
Eruditos contemporáneos como Huston Smith, William Chittick, Harry Oldmeadow , James Cutsinger y Hossein Nasr han defendido el perennialismo como una alternativa al enfoque secularista de los fenómenos religiosos.
La encíclica Qui pluribus y la alocución Singulari quadam son una condena más genérica que además aclara la posición católica al respecto.
A Bautain se le exigió firmar una declaración de fe con los contenidos católicos tanto en 1834 como en 1844.