Un telégrafo óptico es un utensilio diseñado para ser visto a gran distancia configurando diversas señales por medio de un mecanismo operado por una o varias personas.
Colocando varias torres en cadena podía hacerse que cada torre repitiese el mensaje de la anterior, propagándose así y recorriendo grandes distancias en un tiempo muy inferior al que requería un mensajero a caballo.
Etimológicamente, «telégrafo» es un aparato para escribir a grandes distancias (en ocasiones, este artefacto es denominado también «semáforo», del griego sema, signo o señal, y foro, llevar).
El operador maneja unos controles que sitúan los elementos del telégrafo en una posición reconocible por la torre siguiente.
No obstante, las frecuencias vienen marcadas por el material que se emplea en su construcción.
Ya en "La Orestíada", Esquilo narra cómo Agamenón envía noticias a los palacios del Átrida mediante hogueras durante la guerra de Troya.
Ya en 1684 Robert Hooke presenta ante la Royal Society un sistema de telegrafía óptica que no tiene demasiada acogida.
En concreto, la mejora de las ópticas permitió construir utensilios para mejorar la visión a grandes distancias, lo que permitía alargar los espacios entre cada estación telegráfica y la siguiente, haciendo más económico el tendido de las redes.
Las nuevas lentes acromáticas (que no presentaban aberración cromática) alcanzaban una precisión mucho mayor y su técnica de construcción permitía hacerlas mayores y con más potencia de aumento.
Además, durante la citada centuria se establece el pensamiento ilustrado en toda Europa, que hace que desde las cúpulas de poder se impulse de manera decisiva todo avance científico-tecnológico.
Así, Francia es el primero de los reinos europeos que se interesa seriamente por la telegrafía.
El clima de inestabilidad existente a finales del siglo XVIII hace que desde la corona se financie un sistema de comunicaciones rápido y eficaz que permita mejorar el control del territorio y mantener el orden.
Se colocaba el telégrafo en una posición prefijada de alerta o de atención para "avisar" a la estación vecina y que la misma coloque su telégrafo en posición para captar el mensaje.
En España los mensajes se enviaban cifrados según un código existente en el libro de códigos, que estaba en posesión del Comandante de Línea, que era el único autorizado a la codificación y decodificación.
Por otro lado, con lluvia intensa, niebla, nieve o calima se hacían prácticamente invisibles las estaciones contiguas, por lo que la transmisión había de ser interrumpida.
Pero el proyecto de mayor envergadura en telegrafía óptica no llega sino cuando, quizá, ya es demasiado tarde.
Una distancia menor suponía construir más torres lo que implicaba un mayor coste.
En la primera planta, a nivel del suelo, por cada lado aparecen dos, tres o cuatro ventanucos abocinados de finalidad discutida.
En algunos documentos se expresa que podrían servir para colocar los catalejos orientados a la siguiente torre, aunque el hecho de estar en una posición tan baja, y de existir en todos los lados y no solo en aquellos orientados a las torres anterior y posterior, hace que quizá sea más lógico pensar que fuesen aspilleras para la defensa de la torre.
En la segunda planta había una ventana en tres de sus lados, mientras que en la cuarta pared estaba la puerta.
Tenía estaciones en Aranjuez, Toledo, Consuegra, Ciudad Real, Puertollano, Montoro, Córdoba, Sevilla, Jerez de la Frontera, Cádiz y San Fernando.
En diversos momentos funcionaron los tramos Valencia-Castellón, Barcelona-Tarragona, Barcelona-La Junquera y Tarancón-Cuenca.
Debido al especial cariz que tomó la cuestión carlista en Cataluña a mediados del siglo XIX, se construyó allí una densa red telegráfica que permitiese la rápida comunicación de noticias y estados para combatir la pertinaz guerra de guerrillas que el ejército del pretendiente carlista realizaba desde el Pirineo hacia todo el territorio catalán.
En una fecha tan temprana como 1854 quedaba completada la línea de telegrafía eléctrica entre Madrid e Irún.
Hoy en día encontramos, además, un importante rastro de este avance tecnológico en la toponimia, y así hay numerosos cerros o montes que se llaman "del telégrafo" a lo largo de toda la geografía española, eco inequívoco de que en su cumbre se alzó algún día un telégrafo óptico.
Este avance en las comunicaciones sentó las bases para el desarrollo del Estado moderno en el siglo XIX, que se articuló impulsado por la burguesía, los periódicos y la bolsa, elementos todos ellos que se beneficiaron enormemente de la mayor velocidad en la transmisión de las noticias.