Su distintivo es su acabado vítreo en color blanco marfileño como base de la decoración.
[2] Los colores empleados en su decoración son el azul, el amarillo, el negro, el verde, el naranja y el malva (violeta pálido).
Esta declaración alude a las comunidades de artesanos que existen en ambos países.
Todas las piezas son elaboradas a mano en torno, como han sido hechas desde la época virreinal.
Solo se permite usar seis colores: azul, amarillo, negro, verde, naranja y un violeta pálido, que deben generarse a partir de pigmentos naturales.
Los diseños de color tienen una apariencia difuminada a medida que se funden con el vidriado.
La base, la parte que toca la superficie no visible, no es vidriada y expone la terracota, la cual debe tener inscrito el logotipo del fabricante, las iniciales del artista y la ubicación de la fábrica en Puebla.
[3][12] Solo aquellas piezas salidas de los talleres que alcancen los estándares están autorizadas para llevar la firma del alfarero, el logotipo del taller y el holograma especial que certifica la autenticidad de la pieza.
[3] Este proceso puede llegar a tomar tres meses para la mayor parte de las piezas,[10] pero en algunas puede durar hasta seis.
[9] La talavera se emplea principalmente para utensilios de uso común tales como platos, jarrones, tibores, floreros, lavamanos, artículos religiosos y figuras decorativas.
En las antiguas cocinas conventuales muchos diseños incorporaban el emblema de la orden religiosa.
"[1] Demostrar un nivel de vida alto no estaba restringido a Puebla.
[8] Hay varias hipótesis sobre cómo se introdujo la cerámica mayólica a México.
[1][7] Estos padres requerían azulejos y otros objetos para decorar sus nuevos conventos, así que, para satisfacer la demanda, los artesanos españoles o los mismos padres enseñaron a los indígenas a producir la cerámica vidriada.
[1][16] Más tarde, Diego Gaytán, alfarero oriundo de Talavera, revolucionaría la alfarería poblana.
[2] Puebla fue conocida como el centro alfarero más importante de la Nueva España.
Ventosa quedó fascinado por la historia de la talavera como expresión del arte mexicano.
Estudió el proceso original y lo combinó con sus conocimientos del arte español contemporáneo.
[2] Sin embargo, para 1980 habían desaparecido varios talleres hasta que solo quedaron cuatro.
Entre esos artistas estaban Juan Soriano, Vicente Rojo Almazán, Javier Marín, Gustavo Pérez, Magali Lara y Francisco Toledo.
Los requisitos incluían datos del taller, el barro utilizado y los métodos de fabricación.
[4] Si se elaboró una ley federal al respecto fue, entre otras razones, para que los talleres mantuvieran la misma calidad y el mismo proceso de fabricación del periodo virreinal, a fin de proteger la tradición.
En Puebla se le consideró un excéntrico por comprar todo lo viejo del mercado poblano.
Ambos amasaron la más grande e importante colección de talavera antigua en la ciudad de Puebla, la cual está resguardada en el Museo José Luis Bello y González (Museo Bello).
El museo fue creado para recapitular los orígenes, la historia, la expansión y la evolución de la artesanía.
Usa los mismos materiales que la talavera tradicional poblana, pero destaca la creatividad sobre la utilidad, y el impulso creativo de artistas plásticos, diseñadores o grabadores contemporáneos, mexicanos o extranjeros, para darle una dimensión distinta de formas, texturas y colores.
[23] Algunos exponentes son: Alberto Castro Leñero, Joaquín Conde, Pedro Friedeberg, Alejandro Magallanes, Patricia Soriano, Laura Almeida, Raúl Anguiano, Manuel Felguérez, Sergio González Angulo, Jan Hendrix, Alberto Ibáñez Cerda, Heriberto Juárez, Gustavo Pérez, Gerardo Ramos Brito, Vicente Rojo, entre otros.