Tablas de funciones trigonométricas ya se usaron en la antigua Grecia e India para aplicaciones como la astronomía y la navegación.
Continuaron siendo ampliamente utilizadas hasta que las calculadoras electrónicas se hicieron asequibles a partir de la segunda mitad del siglo XX, lo que permitió simplificar y acelerar espectacularmente numerosas tareas de computación.
Estos intentos fueron motivados principalmente por los errores relativamente frecuentes que aparecían en las tablas logarítmicas realizadas manualmente por los calculistas humanos de la época.
Las tablas de logaritmos comunes típicamente incluían solo las mantisas; la parte entera del logaritmo, conocida como la característica, podía determinarse fácilmente contando dígitos en el número original.
[2] En el artículo dedicado al logaritmo común figuran detalles sobre el uso de características y mantisas.
El matemático inglés Henry Briggs quien completó una traducción al inglés de esa obra en 1615 visitó a Napier ese año y propuso aplicar una nueva escala a los logaritmos neperianos, para formar lo que ahora se conoce como logaritmos comunes o de base 10.
En 1617, a partir de dicha tabla, Briggs publicó Logarithmorum Chilias Prima ("Los primeros mil logaritmos"), que incluía una breve descripción de los logaritmos y una tabla para los primeros 1000 enteros calculados hasta el decimocuarto lugar decimal.
Los cálculos trigonométricos desempeñaron un papel importante en los primeros estudios de astronomía.