Así, por ejemplo, ordenó, según sus propias palabras, «formar un cordón de tropas en toda la frontera de mar a mar al modo que se hace cuando hay peste para que no se nos comunique el contagio».
El conflicto surgió en 1789 cuando unos exploradores y militares españoles yendo hacia el norte desde California, que entonces formaba parte del Virreinato de Nueva España, llegaron a la isla de Nutca, en la actual Columbia británica de Canadá, y allí se encontraron con militares y exploradores británicos que procedían del Este.
Finalmente la monarquía española tuvo que renunciar a aquellos territorios en las Convenciones de Nutca firmadas en los años siguientes.
Para facilitar la asistencia del rey, su sede se fijó en el Palacio real.
[15] Aranda confiaba en que los ejércitos prusiano y austríaco que iban a invadir Francia por el norte conquistaran rápidamente París y no fuera necesaria la intervención española, pero cuando éstos fueron derrotados en la batalla de Valmy del 21 de septiembre de 1792 y los ejércitos revolucionarios franceses pasaron a la ofensiva toda su estrategia se vino abajo.
Antonio Elorza recupera la explicación tradicional, ya expuesta en su tiempo entre otros por el clérigo afrancesado Andrés Muriel —a quien Elorza cita—, de que el ascenso de Godoy se debió a su relación —«verosímilmente» sexual— con la reina , quien «tenía sometido a su voluntad al indolente Carlos IV»:[19]
[26] La Convención por su parte intentó contrarrestar la campaña antifrancesa y contrarrevolucionaria con varios manifiestos como el Aviso al pueblo español o como el llamado Als catalans en los que se destacaba que se había formado una «coalición monstruosa» con todos los tiranos de Europa, pero no tuvo ningún efecto frente a los relatos difundidos por los periódicos sobre la forma de actuar de los franceses —de la toma de Besalú informaron de que «en los templos derribaron las imágenes, las arcabucearon y después se ensuciaron con todo; en algunos pueblos han forzado a las mujeres y muerto a otras»— y sobre las ideas que propagaban, como la «destructora y absurda» idea de la igualdad que «borraba la natural distinción entre dueños y esclavos, próceres e ínfima plebe».
[28] Especial gravedad revistió el motín antifrancés que estalló en Valencia en marzo de 1793 durante el cual fueron asaltadas e incendiadas muchas casas de comerciantes que vivían en la ciudad y, paradójicamente, también fueron objeto de la violencia popular los sacerdotes refractarios que estaban allí refugiados por haberse negado a hacer el juramento establecido en la Constitución Civil del Clero.
La iniciativa la tomó el ejército estacionado en Cataluña que estaba al mando del general Antonio Ricardos que ocupó rápidamente el Rosellón pero sin llegar a ocupar la capital, Perpiñán —las tropas se dedicaron más bien a realizar actos simbólicos como sustituir la bandera tricolor de la República por la blanca de los Borbones o talar los árboles de la libertad—.
En el extremo occidental de los Pirineos el avance francés casi no encontró oposición y fueron cayendo Fuenterrabía —donde según los rumores los soldados republicanos franceses cometieron profanaciones en edificios religiosos como vestir «a un santo de guardia nacional»— y San Sebastián, Tolosa, Bilbao y Vitoria, quedando libre el camino hacia Madrid.
Mientras, en Cataluña caía Rosas en febrero de 1795 lo que dejaba expedito el avance hacia Barcelona.
[33] En el País Vasco la iniciativa la tomó la Junta General de Guipúzcoa que tras la reunión celebrada en Guetaria en junio de 1794 planteó a las autoridades francesas la posible independencia de la «provincia», aunque lo que a ésta le ofrecieron fue integrarse en la República francesa, alternativa «imposible, pues los valores y los conceptos revolucionarios eran absolutamente ajenos al mundo tradicional y corporativo de la sociedad vasca», afirma Enrique Giménez —aunque tras la guerra algunos «colaboracionistas» guipuzcoanos que fueron juzgados mostraron su adhesión a los valores republicanos: «miraban hacia Francia y exclamaban: ¡Viva la República!».
Juan Pablo Forner en una carta le comentaba a un amigo de Sevilla el ambiente que se vivía en Madrid:[35]
Tras el triunfo del golpe se habría formado una Junta Suprema, que actuaría como gobierno provisional en representación del pueblo, y tras la elaboración de una Constitución se habrían celebrado elecciones, sin que estuviera claro si los conjurados se decantaban por la Monarquía constitucional o por la República, aunque sí sabían que la divisa del nuevo régimen sería libertad, igualdad y abundancia.
[38] El liberalismo contaba con el precedente de algunos pensadores austracistas e ilustrados que en los años y décadas anteriores a la Revolución Francesa habían defendido el régimen parlamentario británico frente a las Monarquías absolutas del continente y que incluso habían asimilado algunos de los postulados de la revolución americana que dio nacimiento a los Estados Unidos.
[41] Según el historiador Enrique Giménez, «la modestia de las reivindicaciones francesas» se debió a que «la República pretendía la reconciliación con España y reeditar la alianza que había unido a las dos potencias vecinas durante el siglo XVIII frente al común enemigo británico».
[53][54] El primer problema que tuvo que abordar el nuevo gobierno fue la práctica bancarrota de la Hacienda Real, cuyo déficit se había intentado sufragar hasta entonces con continuas emisiones de vales reales cuyo valor se había ido deteriorando, ya que el Estado tenía muchos problemas para pagar los intereses y los vencimientos de estos.
La misma suerte sufrieron otros destacados ilustrados como Juan Meléndez Valdés, desterrado primero a Medina del Campo y luego a Zamora, o José Antonio Mon y Velarde, conde del Pinar, amigo de Jovellanos, que fue jubilado con la mitad de su sueldo.
[66] En esta campaña contó con el apoyo de la reina,[67] aconsejada por su confesor Múzquiz, que en una carta privada afirmaba:[68]
[77] En la batalla también murió el propio Nelson junto a los capitanes españoles Cosme Damián Churruca, Federico Gravina y Dionisio Alcalá Galiano.
Este rechazo a Godoy fue azuzado por una campaña "satírica, soez, denigratoria y profundamente reaccionaria" —en palabras del historiador Emilio La Parra— contra él y contra la reina, orquestada por el príncipe de Asturias Fernando en colaboración con buena parte de la nobleza y del clero, que tenían sus propios motivos para querer acabar con Godoy —"la nobleza, acabar con un advenedizo que había usurpado el lugar reservado a ella y, el clero, terminar con quien ponía en duda la inmunidad eclesiástica, es decir con quien se atrevía a exigir determinadas contribuciones a la Iglesia y aun osaba disponer de sus bienes para atender las necesidades del Estado"—.
Inmediatamente Godoy inició los preparativos para la partida de los reyes hacia el sur de España, y si llegara el caso embarcarlos hacia las colonias americanas, coma había hecho la familia real portuguesa.
"Era un hecho insólito que un monarca fuera forzado a abdicar por una parte importante de la aristocracia y por el príncipe heredero", afirma Enrique Giménez.
El historiador Emilio La Parra explica así la facilidad con que se produjeron las abdicaciones de Bayona:[95]
Vuestra monarquía es vieja: mi misión se dirige a renovarla; mejoraré vuestras instituciones, y os haré gozar de los beneficios de una reforma, sin que experimentéis quebrantos, desórdenes ni convulsiones.
Sin embargo, llegada la fecha sólo se presentaron 65 representantes, pues en España había estallado una insurrección generalizada antifrancesa que no reconocía las "abdicaciones de Bayona".
Fernando, Carlos María Isidro y don Antonio permanecerán retenidos en el palacio de Valencay, donde, según el historiador Josep Fontana, "darían, por la pluma del primero, las más repulsivas pruebas de su vileza moral":[96]
A partir de entonces se generalizó el alzamiento antifrancés por toda España y en prácticamente todos los sitios las autoridades tradicionales fueron sustituidas por Juntas formadas por personajes de relieve en la vida política, social y económica.
Como afirmaba el poeta Manuel José Quintana en su Ultima carta a Lord Holland, «estas revueltas, esta agitación no son otra cosa que las agonías y convulsiones de un Estado que fenece».
Durante su reinado se proclamaron diferentes cédulas reales, como la que en 1789 autorizaba el comercio de esclavos.