Los conglomerados proteiformes se producen a intervalos de tiempo y distancias variables según la especie.
Estructuras similares a las raíces en racimo también se han descrito en las ciperáceas y restionáceas, pero su fisiología aún no está dilucidada.
Los cultivos con raíces proteiformes incluyen el lupino blanco (Lupinus albus),[5] utilizado como planta forrajera, varias especies de Banksia y Grevillea que se utilizan como plantas ornamentales y Macadamia integrifolia, cultivada por sus frutos comestibles.
Así, en Gevuina avellana aparecen conglomerados proteiformes simples en la plántula y compuestos en los individuos adultos.
[1] Las raicillas proteiformes presentan una morfología y anatomía más simple que las no proteiformes, además tienen un crecimiento determinado, comportándose como formas neoténicas, que detienen tempranamente su desarrollo primario, sin llegar a lignificarse.
La endodermis es uniestratificada y está formada por escasas células de gran tamaño que acumulan taninos en su interior.
El haz conductor radial es tetrarca, presenta cuatro radios de xilema con escasas células floemáticas intercaladas entre ellos.
Hacia el extremo distal de la raicilla el haz conductor se reduce a diarca y luego desaparece.
Cuando recién brotan no forman pelos radicales, sino que éstos aparecen más tarde, cuando las raicillas alcanzan su tamaño definitivo.
En estas estructuras normalmente no se forman pelos radicales, pero cuando aparecen, éstos son pequeños y deformes.
Las estructuras claviformes progresivamente se convierten en un mucílago y son invadidas por una gran cantidad de microorganismos.
[13] En las proteáceas que crecen en ambientes mediterráneos, el período de tiempo durante el cual se inician las raíces proteoides puede durar solo de dos a cuatro meses, en comparación con aquellas especies que habitan en regiones más húmedas donde las raíces proteoides funcionales pueden persistir mucho un intervalo mayor.
[32][33][34] En particular, los ácidos tricarboxílicos —cítrico, málico, oxálico, entre otros— exudados por las raíces son importantes para promover la movilización del fósforo.