La pintura ibérica no reúne la perfección y el interés que ofrece la escultura del mismo nombre, pero tampoco deja de tener su importancia aun prescindiendo de que muchas interesantes pinturas de las llamadas prehistóricas pueden datar de las edades del bronce y del hierro y sean, por lo mismo, verdadera y propiamente obras de arte ibéricas.
Su mayor antigüedad se atribuye al siglo VI a. C. como puede inferirse por comparación con los restos de cerámica griega con los cuales se halla, a veces confundida la ibérica y, sin duda, que ésta fue siguiendo a través de las civilizaciones púnica y romana llegando quizá hasta la invasión de los bárbaros.
La pintura de las vasijas ibéricas cuando la tienen suele ser de color rojo oscuro o negro sobre fondo amarillento o rojizo, presentándose a veces las decoraciones rojas (en Numancia, también blancas o anaranjadas) perfiladas en negro.
Entre los principales centros o depósitos de donde se han extraído las referidas piezas, se cuentan las ruinas de: A ellas, hay que añadir las estaciones ibéricas de: De su estudio cabe inferir la existencia de un arte indígena verdaderamente original a la imitación parcial del griego y que, tal vez, conserva reminiscencias del miceniano, traídas por los fenicios (sobre todo, de Chipre y Rodas).
En cuanto a las pinturas murales ibéricas se conservan apenas algunos restos que pueden estudiarse en las cámaras sepulcrales de los túmulos de Tútugui (hoy Galera, Granada) y en dos urnas cinerarias de piedra de allí extraídas que ostentan visible inspiración griega.