Una ovación (del latín, ovatio) era una forma menor del triunfo romano en la cual se honraba en la Antigua Roma a un general tras una victoria.
Se otorgaban cuando no se había declarado una guerra entre estados enemigos, cuando un enemigo era considerado inferior (rebeliones de esclavos o piratas, por ejemplo) y cuando el conflicto en general se resolvía con poco o ningún derramamiento de sangre o sin peligro para el propio ejército.
[1] El general que celebraba la ovación no entraba en la ciudad montando un biga o carro arrastrado por cuatro caballos blancos (cuadriga), como lo hacían quienes celebraban un triunfo, sino que cruzaban andando y vestidos con la toga pretexta de los magistrados (una toga con una cinta púrpura).
El general que celebraba un triunfo llevaba puesta la toga picta, que era completamente púrpura y estaba adornada con estrellas doradas.
El Senado romano no precedía al general y tampoco solían tomar parte los soldados en la procesión.