El organillo, denominado ‘organito’ en Argentina, Chile, Uruguay y otros países de Iberoamérica es un instrumento musical portátil que surgió en Asia en la Edad Media, llegó a Europa en la primera mitad del siglo XVIII y se popularizó en el siglo XIX a medida que se fue convirtiendo en un instrumento ambulante.
En los instrumentos modernos la selección de la pieza se efectúa mediante una varilla con muescas, cada una corresponde a una partitura.
Por su facilidad de manejo, fue un instrumento popular que convivió con el piano e incluso con los gramófonos, sustituyéndolos en las fiestas populares.
Escritores argentinos como Jorge Luis Borges o Ernesto Sabato lo incluyeron en su obra con esa denominación, si bien Evaristo Carriego, que los precedió cronológicamente, permaneció apegado a la palabra "organillo".
La mención del organito en la poesía porteña estuvo siempre ligada a la nostalgia, incluso - curiosamente - en la época en que era absolutamente común encontrarlos por las calles de la ciudad.
Las obras, inéditas, eran presentadas a la empresa ‘Glücksmann’ firmadas por sus propios autores, y tras una selección previa realizada por su dirección artística eran ejecutados en la sala por la orquesta de Roberto Firpo sin cantor.
Tiempo después González Castillo supo que a las familias habitués les daban las entradas sin el talón del voto y que además la compañía organizadora se había reservado una considerable cantidad de entradas con cuyo voto podían decidir el concurso.