[1] Las olas del mar son ondas que se propagan por la superficie entre dos medios materiales.
En este caso, se trata del límite entre la atmósfera y el océano.
El primero es la oscilación del medio movido por la onda, que en este caso, como hemos visto, es un movimiento circular.
El segundo es la propagación de la onda, que se produce porque la energía se transmite con ella, y traslada el fenómeno en una dirección y con una velocidad, llamada velocidad de onda.
Es por esta razón por la que el viento no provoca solamente olas, sino también corrientes superficiales.
Las fuerzas que tienden a restaurar la forma lisa de la superficie del agua, y que con ello provocan el avance de la deformación, son la tensión superficial y la gravedad.
Otra parte se disipa por fricción con el aire, en una inversión del fenómeno que puso en marcha las olas.
Por último, la energía termina por disiparse por interacción con la corteza sólida, cuando el fondo es poco profundo o cuando finalmente las olas se estrellan con la costa.
Se llama período (τ) al tiempo que transcurre entre el paso de dos crestas consecutivas por el mismo punto.
El oleaje no es un proceso homogéneo ni estacionario; es decir, no todas las olas tienen el mismo periodo, altura, longitud de onda o dirección en cada instante y lugar, sino que cada una tiene sus características propias, que además varían en el espacio y en el tiempo.
Cuando la ola rompe, el agua se desplaza, por encima del nivel medio del mar, hacia la costa, y como evidentemente no se acumula en la costa vuelve, en forma de corriente, por debajo del nivel de la propia ola, formando lo que comúnmente se conoce como resaca (undertow).
Las olas, lo mismo que otros procesos semejantes, están sujetas a fenómenos de reflexión, refracción y difracción.
Este proceso continúa mientras la profundidad disminuye y se invierte si vuelve a aumentar, pero la ola que abandona el área del bajío puede haber cambiado de dirección considerablemente.