[11] Dos años más tarde, Ibn Tughŷ se granjeó un patrocinador influyente cuando sirvió brevemente bajo el poderoso general en jefe abasí Munis al-Muzáffar, que fue a defender Egipto de una invasión fatimí.
Los dos hombres evidentemente establecieron una relación, y se mantuvieron en contacto a partir de entonces.
Su huida, según el historiador Jere L. Bacharach, puede indicar que Ibn Tughŷ mandaba un importante contingente militar.
Ibn Tughŷ fue nombrado nuevo gobernador en agosto, pero un mes después se le revocó el nombramiento antes de que pudiera llegar a la región y se nombró en su lugar a Áhmad ibn Kayghalagh.
Bushri pudo hacerse cargo del gobierno de Alepo (incluido en su nombramiento), pero Ibn Tughŷ se negó a entregarle el poder, lo derrotó y apresó.
En su lugar, se reunieron y llegaron a un acuerdo de apoyo mutuo, manteniendo el statu quo.
[17] Áhmad ibn Kayghalagh pronto demostró ser incapaz de restablecer el orden en la provincia, cada vez más turbulenta.
[20] Las luchas internas estallaron entre las tropas orientales (mashariqa), principalmente soldados turcos, que apoyaron a Muhammad ibn Takin, y los occidentales (maghariba), probablemente bereberes y africanos negros, que tomaron partido por Ibn Kayghalagh.
Aunque Ibn Kayghalagh pudo retrasar el avance del ejército enemigo, la flota de Ibn Tughŷ tomó Tinnis y el delta del Nilo y avanzó hacia la capital, Fustat.
Sorprendido por la maniobra y vencido en el combate, Ibn Kayghalagh huyó a territorio fatimí.
El califa Ar-Radi accedió a la solicitud, aunque la aprobación formal se retrasó hasta julio de 939.
Después de recibir la confirmación oficial, Ibn Tughŷ exigió que en adelante se le llamara únicamente por su nuevo título.
Sin embargo, el silencio de las fuentes sobre problemas regionales durante su reinado, aparte de una revuelta chiita en 942, que fue rápidamente sofocada, contrasta con la narrativa habitual de las incursiones beduinas, disturbios urbanos por precios elevados, o revueltas e intrigas militares y dinásticas, e indica que restauró la tranquilidad interna y el gobierno en Egipto.
Sus rivales potenciales Muhammad ibn Takin y al-Madharai fueron rápidamente vencidos e incorporados a la nueva administración.
Logró sus objetivos tanto por la diplomacia y los lazos con personajes poderosos en el régimen de Bagdad, como por la fuerza, e incluso entonces tendió a evitar la confrontación militar directa siempre que fue posible.
Como gobernador de Siria, su mandato se extendió a las fronteras (thughur) con el Imperio bizantino en Cilicia.
Así, en 936/7 o 937/8 (muy probablemente en otoño 937) recibió una embajada del emperador bizantino, Romano I Lecapeno (r. 920-944), para organizar un intercambio de prisioneros.
Si Ibn Ra'iq o al-Ijshid salían victoriosos del conflicto, pronto vendría la confirmación califal.
Los fatimitas estaban preocupados por la revuelta de Abu Yazid y no pudieron ofrecer ninguna ayuda.
En octubre o noviembre, los hombres de Ibn Ra'iq habían llegado a Ramla y se trasladaron al Sinaí.
Al-Ijshid dirigió a su ejército contra Ibn Ra'iq, pero después de un breve enfrentamiento en al-Farama, los dos hombres llegaron a un pacto, en virtud del cual se dividieron el Levante entre ellos: los territorios al sur de Ramla fueron para al-Ijshid, y los septentrionales, para Ibn Ra'iq.
Al-Ijshid envió a su hermano, Abu Nasr al-Husayn, con otro ejército contra Ibn Ra'iq, pero fue vencido y muerto en Lajjun.
Los hamdánidas también reclamaron Siria al mismo tiempo, pero las fuentes no registran detalles de sus expediciones allí.
En octubre, el califa al-Muttaqi, temiendo que Tuzun intentara reemplazarlo, huyó de la capital y buscó refugio nuevamente con los hamdánidas.
Luego comenzó a extender su control sobre las provincias del norte de Siria hasta Hims.
Animado por su muerte, en 969 los fatimíes invadieron y conquistaron Egipto, acontecimiento que marcó el comienzo de una nueva era en la historia del país.
[42][43] Los historiadores medievales notaron los muchos paralelismos entre al-Ijshid y sus antecesores tulunidas, especialmente Jumarawayh.
[44] Según el historiador Thierry Bianquis, los cronistas medievales lo describieron como «hombre colérico y glotón, a la vez astuto e inclinado a la avaricia», pero con una afición por los lujos importados del este, y especialmente los perfumes.