[1] Maud fue bien cuidada y criada durante 6 años por una pareja de cingaleses en la finca de sus padres, que por razones laborales se veían reducidos a verlas durante 15 minutos por día utilizando, además, la lengua inglesa para comunicarse.
Por medio del juego descubre un mundo donde el tiempo parece detenerse; siempre delimitado por las ausencias y retornos al país, siendo Aya con sus acompañamientos quien asegura la permanencia.
Su padre era cónsul general de los Países Bajos en Colombo y su madre lo acompañaba a todos sus viajes.
En el último momento, Aya decide no ir a Europa y Maud advierte que se aproxima un abandono.
En ese desamparo se desorienta, ya no sabe quién es, a dónde va ni lo que sucede.
Los diferentes juegos que practicaba con su abuelo y tíos la ayudaron a mantenerse entera.
Asimismo, en su abuelo encuentra un guía que reabre la puerta del ideal, tomando esta forma para poder reconquistar la perfección narcisista de la infancia.
Tras los tres meses en París, había adquirido el francés y perdido el uso del inglés, lo cual hace enfurecer a su padre quien ya que no puede comunicarse con ella y es por eso que comienza a aprender holandés.
En ningún momento hubo presencia de su familia paterna, ya que su padre había roto relación con ellos desde hacía mucho tiempo.
(Segunda Ruptura) Teniendo pocas habilidades “sociales” (bailaba y jugaba mal al tenis) su madre cree que tiene pocas virtudes para el matrimonio, y respetando su pedido de dejar la monotonía de la ciudad, acepta enviarla a Bruselas.
Pasan jornadas afuera, en los terrenos baldíos y forman una campaña de teatro ambulante.
[3] Su relación con el economista termina luego de que este decide casarse con la hija del senador.
Pero no puede concretar su deseo, se asienta en París y el Hospital Trousseau pasará a ser lugar de su formación analítica.
Allí se encuentra con Françoise Dolto, de quien había leído Psicoanálisis y Pediatría, pero es presentado por una amiga en común, Mireille Monod.
Él le presenta a Octave Mannoni, un etnógrafo, psicoanalista y profesor de filosofía, con quien contrae matrimonio (no sin antes prometer a Françoise que su intención es únicamente la de tener hijos) en 1948.
Influida por Donald Winnicott (quien fue su supervisor clínico) comprendió que ciertos jóvenes pacientes tienen ante todo necesidad de un lugar donde vivir afectivamente.
Sostuvo que el sujeto humano no es únicamente el resultado de una reproducción biológica necesaria a la especie: para vivir, les es preciso alguien con quien contar (sobre todo cuando en la realidad ha desaparecido la estructura simbólica de la familia).
Sus investigaciones clínicas se dirigirán inicialmente hacia los niños más «relegados» por el pensamiento psiquiátrico y psicoanalítico: los débiles mentales.
[6] Junto con F. Dolto, desplegará una noción de lo inconsciente que, promovida por J. Lacan, supondrá una subversión teórica respecto a las tesis kleinianas, dominantes en el pensamiento psicoanalítico de mediados del siglo XX en Europa.
Se trataría, por tanto, de instituciones cuya premisa básica no sería «curar», sino «acompañar» al joven en su desamparo.