Su madre, Amelia Alejandrina Álvarez Álvarez, estudió en la Academia de Arte San Alejandro donde fue discípula de Leopoldo Romañach y Armando Menocal, por lo que Mariano entra en contacto con el arte desde muy pequeño.
Su padre, José Mariano Rodríguez Cabrera, de origen español era un comerciante acomodado.
En 1920 regresaron a Cuba donde cursó la primera enseñanza en el exclusivo colegio católico Hermanos Maristas.
En 1930, a la muerte del estudiante universitario Rafael Trejo hizo contacto por primera vez con grupos de izquierda y militó en la Liga Juvenil Comunista.
En 1936 apareció su primer trabajo publicado, una ilustración de portada para la revista Ritmos.
Sobre esta etapa comentó: Quería eliminar el sentido cartesiano que marcaba la pintura cubana en ese instante, el sentido francés: una composición central, una cabeza, un búcaro de flores en el centro; y repartir en el cuadro los elementos y crear una atmósfera, crear un mundo como los mexicanos lo enseñan en la muralística, donde no hay una forma central.
El estudio del mismo propicia su ruptura final con la gama ocre traída de México.
Comenzó así su investigación definitiva acerca del color, que caracterizó su obra hasta su muerte.
Cuando quiero introducir algún cambio en lo que a línea de creación se refiere, pinto un gallo.
No pinto gallos con plumas, ni en situaciones reales, sino como expresión de mis preocupaciones plásticas.
Aparecen entonces piezas como Misa negra (1952), Babalú Ayé (1958) y La bruja (1958) que ensayan sobre la religiosidad como esencia de lo cultural autóctono.
Algunos exquisitos detalles como los recubrimientos de los tímpanos de las escaleras en varios edificios emblemáticos de la ciudad se deben también a la asociación Mariano-Quintana y otros murales realizados en casas privadas o en lugares públicos como el Hotel Nacional, fueron emplazados en esa misma década pero no se conservan en la actualidad En 1957 viajó una vez más a Nueva York.
Mariano asumió en ese momento el expresionismo abstracto que había estudiado cuidadosamente durante una década.
La institución venezolana adquiere la obra Jardín, que queda como parte de su colección permanente.
A inicios del periodo revolucionario, recibió un nombramiento diplomático que cumplió en la India durante dos años.
Deslumbrado por la fuerza de esas expresiones populares, las inmortalizó en sus lienzos aunque sin traicionar sus convicciones estéticas, pues estas obras son abstracciones decididas donde el título da la clave de lo que observa el espectador.