Pasó su infancia entre Milán y Monza, donde residió durante largas temporadas en su amada villa real.
La reina se dedicó a la educación de sus hijos, la costura, las prácticas religiosas y las obras piadosas.
Para recuperar la salud pasaba períodos de estancia junto al mar en La Spezia, alojándose en el hotel Croce di Malta.
En los últimos tiempos, antes de su temprana muerte, comenzó a perder primero el cabello y luego los dientes.
Empezó a sentirse mal todo el tiempo, tenía fiebre constantemente, casi incapaz de mantenerse en pie.
Ahora desinteresada en su entorno, la reina había dejado de vestirse, caminando en bata y rulos.