La palabra “mambo” es un afronegrismo, de manera similar a otros términos musicales afroamericanos como conga, milonga, bomba, tumba, samba, bamba, bambulá, tambor, tango, cumbé, cumbia y candombe, que denotan un origen africano, y particularmente congolés, debido a la presencia de ciertas combinaciones características sonoras, tales como “mb”, “ng” y “nd”, que pertenecen al complejo lingüístico Níger-Congo.
[2] El Diccionario Oxford En-Línea dice que “Mambo” es la palabra en lengua criolla haitiana para denominar a una “sacerdotisa de Vudú”.
El pianista ataca en el mambo, la flauta lo oye y se inspira, el violín ejecuta un ritmo acordes de dobles cuerdas, el bajo le adapta el “tumbao”, el timbalero repica con el cencerro, el güiro rasquea y hace el sonar de las maracas, la indispensable tumba corrobora el tumbao del bajo y fortalece el timbal.”[7] Como baile, resultó una novedad desde sus mismos orígenes, porque los bailadores se soltaban para improvisar, aunque manteniendo el juego de pareja.
Muchos de esos pasos se le deben en gran medida al coreógrafo cubano Rodney (Roderico Neyra), famoso por sus espectáculos en Tropicana.
El nuevo estilo poseía una mayor influencia de las orquestas de jazz estadounidenses, y una instrumentación ampliada compuesta por cuatro o cinco trompetas, cuatro o cinco saxofones, contrabajo, batería, maracas, cencerro, bongó y tumbadoras.
El repertorio de Pérez Prado incluyó numerosas piezas internacionales, tales como: Cerezo Rosa, María Bonita, Té para dos (Tea for two), La Bikina, Cuando calienta el sol, Malagueña y En un pueblito español, entre muchas otras.
Compuso y grabó algunos mambos en México, con orquestas mexicanas, especialmente con la que dirigía Rafael de Paz.
La ciudad de Nueva York había hecho del Mambo un fenómeno cultural popular y transnacional.