[5] En México, entre los habitantes de distintos pueblos, existen un buen número de enfermedades cuya causa no se encuentra bien definida y se dice que factores como la magia, la brujería y otros elementos sobrenaturales contribuyen a producirlas.
Durante la época prehispánica, entre los grupos indígenas de diferentes zonas la enfermedad era considerada como un castigo de los dioses, dirigido hacia quienes cometen determinadas faltas para con los dioses mismos o relacionadas con rituales y ofrendas que debían hacerles periódicamente.
Por ejemplo, Tlaloc y sus ayudantes -los tlaloque- producían enfermedades relacionadas con el agua, el frío y la humedad; Macuil Xochitl mandaba padecimientos de tipo sexual; Xochiquetzal se encargaba de enviar enfermedades contagiosas; Nanahuatzin diversos males en los ojos; Xipe Totec producía sarna y otras enfermedades de la piel, etcétera.
Los especialistas de aquella época debían, en consecuencia, determinar primero a que dios se había hecho la ofensa, para después aplicar el tratamiento adecuado.
Esto no es una creencia particular o distintiva sino prácticamente universal, ya que se encuentra en España, Italia, Portugal, Grecia, Francia, Alemania e Inglaterra.
Es por esto que en las escuelas y facultades de medicina en los últimos años de formación del médico debe mencionarse este modus vivendi ya que llegan a tener no solo un paciente sino varios de ellos; hacer hincapié al estudiante que cuando tenga un paciente con estas características se le debe orientar adecuadamente y quitarle la idea errónea de que está “embrujado”, pues finalmente el paciente termina con una severa alteración psiquiátrica o en ocasiones hasta la muerte ya sea por la ingesta de un brebaje con plantas tóxicas o el suicidio por no poder controlar el estado en el que se encuentra.
[8] Es común entre los estudiosos del campo mexicano, principalmente de los allegados a la ‘revolución verde’, ignorar o desechar las prácticas religiosas campesinas relacionadas con los cultivos por considerarlas fuera de la ciencia, o inservibles para la investigación agrícola.
Estos rituales y prácticas materiales que se ejercen durante todo el ciclo entre la siembra y la cosecha, posibilitan al campesino el logro de los plantíos; ambas actividades son indivisibles en su mundo tradicional, donde no se puede hacer una sin la otra.
Ya en el siglo XVI, fray Diego Durán (1982: V. II) escribía al respecto: [...] todos los cantares [plegarias y rezos] [...] son compuestos por unas metáforas tan oscuras, que apenas hay quien las entienda, si muy de propósito no se estudian y platican para entender el sentido de ellas.
Precisamente este mundo metafórico al que se refería el religioso es el que corresponde a la cosmovisión y cultura del mundo campesino; si no es entendido, difícilmente se accede a la conexión de los rituales con las actividades agrícolas y su entorno.
Esta actividad, tal y como lo conocemos ahora, es de origen español; en la época precortesiana el cultivo se hacía con coa o palo plantador, la remoción del suelo evitaba prácticamente la labranza.
Sin embargo, los cronistas españoles equipararon este acto de clavar la coa como parecido o equivalente al barbecho europeo, por lo que así se interpreta en los documentos e informes.
Al iniciar esta actividad, informa el padre Ponce (1892: 7): [...] los campesinos primero hacen su oración a la tierra diciéndole que es su madre y que la quieren abrir y ponerle el arado, o coa a las espaldas, a este punto piden favor a [su deidad] Quetzalcoatl [en su forma de protector de la agricultura] para que les dé esfuerzo para poder labrar la tierra El anterior ritual no está descrito con particularidades por los cronistas, pero en general el campesino se disculpaba con la tierra por la ‘deformación’ que iba a hacerle al trabajar en su superficie; además, le pide favorecerlo en dejarse plantar semillas de las cuales depende su sustento.
Acto después, el campesino le hablaba a la semilla del maíz contenida en el canasto, preparándola para la marcha al campo: ¡Ea, vámos [maíz], que aquí está la espuerta [el canasto ya con las semillas conjuradas para la siembra] de la diosa del pan [Centeotl] que te llevará por el camino [hacia la milpa], que mucho ha que te tenía guardado en ella tu madre [tierra] y ya han llegado los espiritados sus hermanos [las nubes, la temporada de lluvias] (Ruiz de Alarcón, 1892: 176).
Hecho esto, el campesino partía con dicho aparejo: la espuerta con maíz y la coa al barbecho; llegando, empezaba otro conjuro en que decía: ¡Ea!, manos a la obra, espiritado [arado o coa] cuya dicha son las aguas, que aquí es donde hemos de poner debajo de la tierra al espiritado siete culebras [al maíz guardado para semilla, el cual estaba atado] (Ruiz de Alarcón, 1892: 176).
Por su importancia, posee un elaborado ritual para su cultivo y manejo, que se expone a continuación.
Dicho esto, arrancaban los magueyes pequeños que habían de trasplantar y los llevaban al borde del cultivo donde crecerían, que había sido previamente abierto y limpiado para recibir a la planta en su mejor cuidado.
Así quedaban satisfechos por dejar plantada y recomendada su magueyera (Ruiz de Alarcón, 1892: 175).