La orden se fundó por Luis Buñuel en el centenario restaurante Venta de Aires en 1923 y aceptaba miembros hasta 1936.
Salvador Dalí, Federico García Lorca y Rafael Alberti fueron algunos de los miembros más luminarios en el mundo artístico español e internacional.
"[2] Después, fue abandonado hasta la madrugada, vagando solo por las calles durante las horas en que la ciudad “parece estrecharse, complicarse aún más en su fantasmagórico y mudo laberinto.”[2] Este tema del paseo solo, como si fuera atrapado entre conciencia e inconsciencia, era importantísimo en los orígenes de la Orden.
Los miembros se inspiraban en el sitio de Toledo, buscando todo lo intrigante, lo confundido, lo fascinado.
Condestable: Luis Buñuel[3] Secretario: Pepín Bello[3] Caballeros fundadores: Pedro Garfias, Augusto Centeno, José Uzelay, Rafael Sánchez Ventura, Federico García Lorca, Francisco (Paco) García Lorca, Ernestina González.
[3] Caballeros: Hernando y Lulu Viñes, Rafael Alberti, José Barradas, Gustavo Durán, Eduardo Ugarte, Jeanne Buñuel, Monique Lacombe, Margarita Manso, María Luisa González, Ricardo Urgoiti, Antonio G. Solalinde, Salvador Dalí, José M. Hinojosa, María Teresa León, René Crével, Pierre Unik.
[3] Escuderos: Georges Sadoul, Roger Désormieres, Colette Steinlen, Elie Lotar, Aliette Legendre, Madeleine Chantal, Delia del Carril, Helene Tasnon, Carmina Castillo Manso, Nuñez, Mondolot, Norah Sadoul, Pilar Bayona, Manolo A. Ortiz, Ana María Custodio.
[3] Invitados de escudero: Luis Lacasa, Rubio Sacristán, Julio Bayona, Carlos Castillo G.
Por siglos en Toledo había convivencia entre los cristianos, los moros y los judíos—una diversidad que subraya la gran fecundidad cultural de la ciudad.
Durante la época romántica, Toledo fue redescubierto y se hacía un destino turístico muy popular.
A Bécquer le fascinaba Toledo en el siglo XIX, volviendo habitualmente para escribir e idear.
Entonces, regresaban a la Posada de la Sangre, siempre sucia, pero, en su antigüedad e inalterabilidad, tan inimitable.
Desbordábamos una alegría que no iba demasiado bien con aquella ciudad amurallada, siempre a la defensiva.
La campana es más prominente como una pesadilla (y luego una fantasía), mientras Tristana sueña que el badajo ha metamorfoseado en la cabeza cortada de su tutor.
Tristana está basado en una novela del mismo título publicado por Benito Pérez Galdós en 1892.
Buñuel trasladó la historia al Toledo a los principios del siglo XX, y de esa manera, Buñuel hace no solo un retorno espacial a la ciudad sagrada, pero también un retorno espiritual y temporal—o sea, está volviendo al Toledo conocido por la Orden.
En los flashbacks, Buñuel se reúne con Salvador Dalí y Federico García Lorca, caballeros compañeros de la Orden, para buscar la Mesa en los años 20 en Toledo.
Por fin, en una fusión cinemática de memoria y fantasía, Buñuel hace un retorno completo a su ciudad querida para “enfrentarse a sus propios fantasmas, entretejidos de un modo inseparable con los de la historia y el país al que esa ciudad ha venido sirviendo como capital espiritual.”[3] En hacer la película que Buñuel nunca hacía y devolverlo al Toledo que había perdido para siempre, La mesa del rey Salomón asegura que la orden sobreviva no solo como un recuerdo de la ciudad sino como un recuerdo en sí mismo—un lugar trascendente y multigeneracional de inspiración e imaginación artística y espiritual.
"Aquellos maravillosos años circulan aún por nuestras venas, fecundándonos, cegándonos con deslumbrador recuerdo.