Nunca se casó y fue hombre religioso tal como puede leerse en su testamento, del que hay una copia en el archivo parroquial de Mascaraque.
El tal pintor hubo de ver a Rafael y aún estudiarle, como las obras del antiguo, pues se ven cosas en las suyas que lo manifiestan bastantemente.
Realmente, la reconstrucción de su biografía se ha hecho en el siglo XX, sin embargo su estilo ya fue definido magistralmente por el académico Antonio Ponz.
Días después, como así lo había dispuesto, fue enterrado en Mascaraque, en el sepulcro donde reposaban los restos de sus padres.
Se destruyó esta obra en la guerra civil española en el año 1936, pudiéndose admirar hoy en su emplazamiento una copia bastante fidedigna realizada con las técnicas originales en su magnitud y basada en documentación gráfica existente.
Se dice que estas pinturas superaban aún la calidad de las del retablo mayor parroquial.
El Museo del Prado de Madrid cuenta con excelentes ejemplos suyos.
Correa realiza un retrato de excelente factura integrando a ese personaje, su coetáneo, dentro del acontecimiento religioso.
Demuestra aquí no sólo su habilidad para la pintura religiosa fuertemente idealizada, sino también para la captación de la realidad, en este caso, en los rasgos individualizados del mecenas.